domingo, 29 de junio de 2014

Hacia un mundo sin abejas

Una abeja posada sobre una flor en la región francesa de Ron-Alpes. Foto: Getty

La mortalidad de los insectos polinizadores aumenta sin que se conozcan las causas. De ellos depende la la mayoría de los cultivos. Gráfico: La desaparición de las abejas.

por Javier Sampedro

Han pasado 20 años desde que un grupo de agricultores franceses llamó la atención por primera vez sobre un fenómeno insólito: el despoblamiento de las colmenas a causa de la desaparición de las abejas, de cuya polinización depende gran parte de la producción mundial de alimentos. Pronto se comprobó que el fenómeno era global, al menos en los países con una agricultura muy desarrollada, y un aluvión de investigaciones ha intentado desde entonces determinar las causas, con resultados a menudo dispares o contradictorios. ¿Se debe la muerte de las abejas a los monocultivos o al calentamiento global? ¿Virus, bacterias, hongos, parásitos como el Nosema ceranae? ¿Pesticidas como los neocotinoides, que empezaron a usarse justo hace dos décadas? Aunque parece haber tantas opiniones como expertos en el campo, es posible que todos tengan parte de razón.

Entretanto, el fenómeno no ha hecho más que agravarse -los apicultores denuncian pérdidas más graves un año tras otro-, y la única buena noticia en este terreno se ha producido solo en tiempos muy recientes. Con característica lentitud pero loable preocupación, las Administraciones, incluidas las de Bruselas -que el pasado año prohibió varios pesticidas- y Washington -que ha aprobado un presupuesto extraordinario para investigar el fenómeno-, han tomado conciencia del problema y se han puesto manos a la obra.

La gravedad de la situación y la dilación e ineficacia de las medidas paliativas plantean una pregunta que ya no puede considerarse descabellada: ¿cómo sería un mundo sin abejas? “Si tuviéramos que depender de una agricultura sin polinizadores, estaríamos listos”, expone el subdirector general de Sanidad e Higiene Animal del Ministerio de Agricultura español, Lucio Carbajo. No todos los cultivos desaparecerían, porque los hay que se pueden gestionar de otras formas (autopolinización y polinización por pájaros, entre ellas), pero todas las fuentes coinciden en que la pérdida de diversidad y de calidad alimentaria sería tremenda.

Además, los mismos factores que atacan a las colmenas dañan también a los polinizadores silvestres como el abejón, el abejorro y las avispas, de modo que las pérdidas no solo afectarían a la producción agrícola, sino también -y quizá más crucialmente aún- a los ecosistemas naturales y al medio ambiente en general. Las abejas, las flores y los frutos evolucionaron juntos hace decenas de millones de años, y no se puede destruir uno sin destrozar a los demás.

El Laboratorio de Referencia de la UE para la Salud de las Abejas (EURL, en sus siglas inglesas), con sede en Anses, Francia, publicó en abril los resultados del primer programa de vigilancia sobre el despoblamiento de las colmenas en 17 países europeos. Los datos, que se tomaron en más de 30.000 colmenas durante 2012 y 2013 y examinaron las prácticas agrícolas y los agentes patógenos más dañinos, muestran unos índices de mortalidad invernal muy variables entre países (la horquilla cubre del 3,5 % al 33,6 %). En general, la situación es más leve en España y otros países mediterráneos (por debajo del 10 %) que en el norte del continente (por encima del 20 %). Las cifras contradicen a las del sector apícola español, que denuncia mortandades entre el 20 % y el 40 %, en un ejemplo más de lo dificultoso que resulta acordar los criterios y las metodologías en este campo.

La contribución de los posibles factores de riesgo, como el manejo de las colonias, el uso de pesticidas y los agentes patógenos, es variable y compleja. Tanto este informe europeo como las demás fuentes coinciden en que las causas de la mortalidad de las abejas son múltiples. También señalan, sin embargo, que ciertos factores pueden ser más fáciles de abordar que otros. Los pesticidas más dañinos, por ejemplo, pueden prohibirse o restringirse, como ya ha hecho Bruselas con cuatro de ellos. Por otro lado, y como es natural, los principales productores de plaguicidas -Bayer, Syngenta y Basf- no aceptan que haya evidencias sólidas de que sus productos sean la causa del problema. Y, de forma más significativa, algunas fuentes científicas coinciden con ellos.

“Los pesticidas neonicotinoides, como los prohibidos por la UE, no son los más prevalentes en las colmenas, al menos de forma crónica”, asegura Mariano Higes, del Centro Regional Apícola de Marchamalo, en Guadalajara. “Pueden ser un problema en amplísimos monocultivos, pero afectan sobre todo a los polinizadores silvestres, como los abejorros, no a las colmenas de abejas”. Higes acepta, sin embargo, que restringir estos productos puede ser útil para los ecosistemas, aunque no para la agricultura.

Para colmo, y según una investigación dirigida por Tom Breeze, del Centro de Investigación Agroambiental de la Universidad de Reading, y publicada este año en PLoS ONE, son las propias políticas agrícolas europeas las que están exacerbando el problema: al promover los grandes monocultivos se está produciendo un creciente desajuste entre las necesidades de polinización y la disponibilidad de colmenas en todas las regiones del continente. Todos esos cultivos necesitan abejas, pero los apicultores no logran reproducir tanto las colmenas, con lo que al final el cultivo rinde menos. El resultado de esta investigación es más llamativo si se tiene en cuenta que el trabajo ha sido financiado por la misma UE que es objeto de sus críticas.

“Las políticas agrícolas y sobre biocombustibles europeas han estimulado un gran crecimiento de las áreas cultivadas que precisan polinización por insectos”, explican Breeze y sus colegas, que han extendido su estudio a todo el continente. Entre 2005 y 2010, por ejemplo, el número requerido de abejas melíferas creció cinco veces más deprisa que las existencias de esos insectos y, en consecuencia, más del 90 % de la demanda ha quedado insatisfecha en 22 países de la Unión. “Nuestros datos”, concluye Breeze, “alertan sobre la capacidad de muchos países para soportar pérdidas importantes de insectos polinizadores silvestres”.

Esos polinizadores silvestres -las 250 especies de abejorros existentes, principalmente- son la otra mitad de la historia. Podría pensarse que, en un mundo sin abejas, la tarea de polinizar los cultivos podría ser asumida por estos otros insectos, que, de hecho, son ya ahora quienes polinizan la mayor parte de los cultivos básicos para la alimentación mundial: la acción de los abejorros (del género Bombus) produce el doble de fruto que la debida a la apicultura convencional con abejas (del género Apis).

Sin embargo, una reciente investigación de Matthias Fürst y sus colegas de la Royal Holloway University de Londres, publicado en Nature, ha desinflado esa expectativa al mostrar que dos de los grandes patógenos de las colmenas, el virus de las alas deformes (deformed wing virus, DWV) y el hongo Nosema ceranae, se han extendido ya a los polinizadores naturales. Estos agentes infecciosos no solo se han mostrado capaces de transmitirse de Apis a Bombus en experimentos controlados de laboratorio, sino que ya han contagiado a los abejorros en la naturaleza, según los estudios de campo de estos científicos en Gran Bretaña y la Isla de Man. Cabe temer, por tanto, que los polinizadores silvestres estarán pronto tan amenazados como sus colegas domésticas.

La identificación del microsporidio Nosema como una de las grandes causas del despoblamiento de las colmenas se debe a Higes, el principal investigador español en este campo, “El papel de los patógenos y, sobre todo, de Nosema ceranae, sigue sin comprenderse”, reconoce Higes, cuyo laboratorio lleva 10 años investigando en el microsporidio. “Muchos de mis colegas diseñan experimentos erróneos y extraen conclusiones que no son enteramente correctas; es una pena, pero 10 años después sigue existiendo una nebulosa en el conocimiento”. Como se ve, la investigación sobre la muerte de las abejas está trufada de conflictos.

Esta es una de las razones de que grupos ecologistas como Greenpeace no solo elogien las restricciones europeas a cuatro pesticidas neonicotinoides, sino que propongan extender la prohibición a otros 319 compuestos que consideran dañinos. “No cabe duda de que la mortalidad de las colmenas es un problema multifactorial”, dice Luis Ferreirim, de Greenpeace, “pero si hubiera que establecer una jerarquía, el primer factor serían los insecticidas, que están diseñados precisamente para matar insectos, como las abejas”. El ecologista recuerda asimismo que los herbicidas también resultan dañinos, pues acaban con las flores que aportan el principal alimento a las abejas. “Además, contra los pesticidas se puede actuar con más eficacia y rapidez”, prosigue Ferreirim, “mientras que atacar a virus, bacterias, hongos y otros parásitos resulta muy difícil; y no hay que olvidar que los parásitos están más restringidos a las abejas, mientras que los pesticidas dañan también a los abejorros y otros polinizadores naturales, a los que también hay que proteger”.

Un mundo sin abejas sería también un mundo sin abejorros, y tal vez sin flores, pues las abejas y las flores evolucionaron juntas, y son las dos caras de la misma moneda desde un punto de vista ecosistémico. Un mundo triste y monótono como una ciudad fantasma, una pesadilla estéril a solo un paso de la nada. La ciencia está movilizada. La inteligencia política debe seguir en su estela.

“La colmena desaparece en un día”

Los insectos enfermos vuelan desorientados y se pierden lejos de casa.

por Andrea Nogueira Calvar

Una mañana llegó y simplemente ya no estaban: “En una noche puedes perderlo todo”. Jesús Asorey es el secretario técnico de la Asociación Gallega de Apicultores, una de las cinco regiones de España más amenazadas por la desaparición de abejas, según Greenpeace. Asorey tiene dos colmenares en Pontevedra, uno sano y otro moribundo, en el que nueve de las diez colmenas ya están despobladas. Aunque el enjambre puede desaparecer de un día para otro, el proceso comienza mucho antes: “Las abejas entran en la colmena al llegar el invierno con el cuerpo impregnado de pesticidas, se intoxican y, con los primeros rayos primaverales, salen desorientadas y ya no encuentran el camino a casa y mueren”.

El sector gallego denuncia que ha perdido el 56 % de sus colonias desde el año 2000. Los productores apuntan a los pesticidas como principales causantes de las muertes. La fumigación de grandes cultivos, como el maíz forrajero, es lo que más les preocupa. Según Greenpeace, el consumo de insecticidas en España ha aumentado un 56 % en los últimos 20 años. En 2013, la Unión Europea dio la razón a los agricultores y prohibió el uso de cuatro pesticidas “clave” en la muerte de los insectos. “Gracias a eso, los agricultores tomaron conciencia de un problema que muchos desconocían”, comenta Ángel Díaz, apicultor sevillano y responsable del sector en la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG). En su zona de cultivo, entre el Guadalquivir y el parque natural de Grazalema, trabaja 600 colmenas. En la década de los ochenta sufrió la plaga del parásito Varroa; después, en 2004, una caída de la producción de miel; y ahora, “el alzhéimer de las abejas”, como describe Díaz al fenómeno que les impide regresar a las colmenas. En los peores años ha llegado a perder a la mitad de sus abejas. No está en contra de los insecticidas, no quiere que los agricultores se queden indefensos ante las plagas, pero reclama que no se liberen productos de los que no se conocen sus consecuencias.

El principal fabricante a nivel mundial de estos químicos es la multinacional Bayer, la cual se declara “consciente” de la disminución de colonias de abejas, pero lo achaca a condiciones climáticas y a parásitos. Los agricultores reconocen que “quizá” los fitosanitarios no matan directamente a las abejas, pero aseguran que llevan 20 años, desde que se comercializan estos productos, viendo cómo se debilita el sistema inmunitario de los insectos, haciéndolos más vulnerables, desorientándolos y “borrándoles la memoria a través de las neurotoxinas”.

La multinacional afianza sus conclusiones en el aumento de colmenas. El último censo, de 2012, registró más de 2.500.000, lo que supone un ligero ascenso respecto al año anterior (1,4 %). Los apicultores reconocen la mejora y la subida en la producción de miel. España es el principal fabricante de la Unión Europea y su censo de colmenas no ha dejado de ascender desde 2006, tras el annus horribilis que vivió el sector. Pero los expertos explican que este aumento no está en contradicción con la disminución de la población de insectos. El número de enjambres aumenta porque también lo hace el porcentaje de apicultores. Estos incentivan la reproducción de las abejas, pero no impiden que su tasa de mortalidad siga aumentando, del 10 % en la década de los ochenta al 2 0% actual. Desde 1996, el número de colmenas ha aumentado un 50 %; la producción de miel, solo un 10 %.

Otro factor que maquilla los datos es la división de colmenas. Los apicultores “las multiplican para suplantar las enfermas”, intentando así salvar la colmena y “las subvenciones que reciben y sin las que no pueden mantenerse”, explica Asorey. Díaz añade que cuando la colmena enferma y no muere “puede ser peor” para el productor, porque se vuelve improductiva y requiere mayor inversión para su recuperación.

El errático vuelo de las abejas

Un instituto británico estudia a estos insectos con una puntera tecnología de radar. Obreras en el aire.

por Joseba Elola

La primera vez que Stephan Wolf vio en detalle un panal de abejas abierto quedó absolutamente maravillado. Fue en 2011, cuando empezaba sus investigaciones en el instituto de investigación agrícola más antiguo del mundo, Rothamstead Research, en el condado de Hertfordshire, Inglaterra. Todas las abejas volaban a su alrededor, el zumbido era ensordecedor. Y ahí estaba frente a él esa fascinante minisociedad. “Es como un milagro”, cuenta en conversación telefónica desde Londres, “resulta impresionante ver lo bien que están organizadas las abejas; sus capacidades cognitivas son extraordinarias”. El joven investigador alemán, de 34 años, ahora instalado en la Queen Mary University londinense, lleva nueve años dedicado a estudiar el comportamiento de estos insectos.

Las abejas viven ahora en un entorno muy distinto del de hace 50 años. Su población cae y hay varios factores que explican el fenómeno: emergencia de nuevas enfermedades, uso de pesticidas, la alimentación o los efectos de la mano humana en la alteración de los paisajes y la administración de los panales. El Doctor Wolf, que forma parte del Grupo Ecológico de Polinización del Rothamstead Research, empezó a estudiar en 2011 el comportamiento de las abejas mediante una tecnología puntera que usa un sistema de radar armónico para seguir sus movimientos. Para ello, se instala una pequeña antena de 60 milímetros en la espalda de la abeja que permite rastrear sus desplazamientos.

Wolf indica que el uso de la antena no falseaba para nada el estudio ni tiene implicaciones negativas para el insecto: según explica, las abejas están acostumbradas a viajar con cargas que representan el 90 % de su propio peso.

Antes de iniciar las investigaciones, no tenían muy claro el motivo por el cual las abejas mostraban un comportamiento errático en su vuelo, a qué se debía su déficit de orientación, sus problemas para regresar a la colmena (uno de los motivos de su progresiva desaparición). La investigación con esta técnica permitió ver que esto se debía, en gran medida, señala, a enfermedades como el Nosemae Caranae, procedente de Asia, que llegó a Europa en 1998, y que las abejas contraen cuando se alimentan. El estudio aún no está concluido.

“Es más fácil que se extravíen si hay pesticidas”, añade Matthias Becher, biólogo alemán de la Universidad de Exeter, Reino Unido, que también pasó por el instituto de investigación de Rothamstead. Este biólogo ha trabajado en el desarrollo de un programa informático con el que se pretende explicar el declive en las colonias de abejas. Becher incide en que, efectivamente, es la interacción de varios factores lo que ha conducido a la situación actual. Y dice que le fascina la capacidad de las abejas para cuidar las unas de las otras y su manera de comunicarse mediante movimientos del abdomen para indicar una dirección de vuelo.

Una abeja obrera puede visitar hasta 800 flores cada vez que sale de viaje. Abandona la colmena en busca de néctar entre siete y trece veces al día.“Son increíblemente eficientes en su interactuación con el medioambiente”, explica Wolf, “y mucho menos ineficientes que las sociedades humanas”. Por eso han sido objeto de estudio desde tiempos inmemoriales. Aristóteles, Plinio y Virgilio ya se fijaron en ellas.

Un insecto o un voto

Las Islas Británicas han perdido en solo dos décadas más de la mitad de sus abejas.

por Patricia Tubella

Reino Unido ha perdido en solo dos décadas más de la mitad de sus colonias de abejas y está al borde de sentenciar la extinción de la abeja de miel silvestre, destinada a engrosar la nómina de una veintena de especies desaparecidas en el último siglo. Desde los granjeros que se benefician de los efectos de una polinización “gratuita” hasta los grupos ecologistas, todos están en alerta ante ese fenómeno, aunque el modo de encararlo les divide tanto como a la comunidad científica. El uso de pesticidas e insecticidas en los cultivos está en el centro del debate.

Un reciente estudio de la Comisión Europea apunta a las islas británicas como el segundo territorio europeo con mayor tasa de mortandad de esos insectos, aunque el hecho de que se circunscribiera al periodo invernal 2012-2013, inusualmente frío y largo, ha restado para algunos expertos relieve a ese dato.

Las asociaciones verdes y un destacado sector de los expertos británicos en biodiversidad critican que la radiografía de Bruselas no cite ni contemple la incidencia en la desaparición de las abejas del empleo de pesticidas e insecticidas en la actividad agrícola, considerada una de las principales causas de mortandad junto al auge de los monocultivos, especialmente de la colza, y el desarrollo urbanístico. Denuncian que la Unión Europea zanjó el pasado año el asunto y eludió un verdadero debate, decretando una moratoria que entró en vigor en diciembre para restringir solo el uso de un determinado producto químico, los neonicotinoides, en las áreas de cultivo comunitarias. Acogen esa prohibición, avalada por una treintena de estudios sobre los vínculos entre los neonicotinoides y la disminución del número de abejas, pero les parece más que insuficiente.

Los medioambientalistas tienen en contra al propio Gobierno conservador británico de David Cameron, que intentó abortar sin éxito la directriz europea, argumentando una falta de evidencia científica que la avalara. Los agricultores británicos componen un nicho de votos esencial para los tories en el sur de las islas. Ellos esgrimen que el veto a los neonicotinoides les forzará al uso de pesticidas más antiguos y nocivos para sus cultivos y otras especies.

Muchos ecologistas y científicos les dan la razón en ese punto, aunque sus demandas para que el Gobierno ataje el creciente recurso a otras sustancias químicas en el mundo agrícola acabe convirtiéndolos en antagonistas de los granjeros. En Reino Unido, casi todo el mundo detecta el problema del declive de las abejas y de su impacto en el ecosistema, pero pocos están dispuestos a arriesgar soluciones.

La Casa Blanca entra en acción

Obama destina 36 millones de euros para intentar revertir la caída del número de abejas.

por Joan Faus 

El descenso drástico del número de enjambres en Estados Unidos ha avivado el debate sobre cómo sería un mundo sin abejas. Expertos y productores recuerdan que uno de cada tres alimentos en el país tiene su origen en la polinización de cultivos por parte de una especie concreta de abeja. Consciente de esta tendencia y sobre todo de que, si no se contiene, puede resultar devastadora económicamente, la Casa Blanca ha decidido tomar cartas en el asunto.

El presidente Barack Obama firmó la semana pasada un memorando para impulsar un plan de acción para revertir la acuciante caída mediante iniciativas de investigación, prevención y protección. La Casa Blanca ha propuesto destinar a ese objetivo alrededor de 36 millones de euros en el presupuesto de 2015. “El problema es grave y requiere atención inmediata para garantizar la sostenibilidad de nuestro sistema de producción alimentaria, evitar un impacto económico adicional en el sector agrícola y proteger la salud del medio ambiente”, advierte el documento firmado por Obama.

Las estadísticas atestiguan la gravedad del fenómeno, que no es nuevo, pero se ha acentuado en los últimos años. El número de colonias de abejas melíferas, las más comunes, ha ido cayendo de forma continuada en los últimos 60 años en Estados Unidos, pasando de 6 millones en 1947 a 2,5 en la actualidad. Históricamente el promedio de reducción de las colonias comerciales era de entre el 10 % y el 15 % cada invierno, pero en 2012 fue del 30,5 % y en 2013 del 23,2 %, según datos de la Casa Blanca, que, pese a la mejora reciente, teme que se alcance un punto de no retorno.

Los expertos atribuyen el retroceso a una amalgama de factores, entre ellos, la reducción de comida disponible, infecciones, exposición a ciertos pesticidas o la pérdida de diversidad genética. “Supone una amenaza a la estabilidad económica en las operaciones de polinización y apicultura, que podría tener profundas implicaciones para la agricultura y la comida”, alertan desde la Administración.

Los polinizadores -claves para la producción de semillas y frutos- generan un impacto de 24 millones de dólares (17,6 millones de euros) en la economía estadounidense, de los que más de la mitad corresponden a las abejas. Mediante el transporte de polen, estas posibilitan la producción de al menos 90 cultivos comerciales en Norteamérica. Globalmente, contribuyen al 35 % de la producción alimentaria.

De los 2,5 millones de abejas que hay en Estados Unidos, alrededor de un millón polinizan cada año las cosechas de almendras en California, que suponen el 80 % de la producción mundial, según la Federación Estadounidense de Apicultores. Como resultado, el descenso está golpeando directamente las cuentas del sector: los apicultores han perdido alrededor de diez millones de colmenas, valoradas individualmente en unos 200 dólares (147 euros).

Fuente:
Javier Sampedro, Hacia un mundo sin abejas, 29/06/14, El País. Consultado 29/06/14.
Andrea Nogueira Calvar, “La colmena desaparece en un día”, 29/06/14, El País. Consultado 29/06/14.
Joseba Elola, El errático vuelo de las abejas, 29/06/14, El País. Consultado 29/06/14.
Patricia Tubella, Un insecto o un voto, 29/06/14, El País. Consultado 29/06/14.
Joan Faus, La Casa Blanca entra en acción, 29/06/14, El País. Consultado 29/06/14.

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