jueves, 27 de noviembre de 2014

Romana y el billonario del amianto: el dolor que no prescribe

Roman Blasotti Pavesi, en su apartamento, en la ciudad italiana de Casale Monferrato en 2012. Foto: Joao Luiz Guimaraes

La italiana que se convirtió en símbolo de la lucha contra la fibra asesina es una de las víctimas derrotadas por Stephan Schmidheiny en el tribunal que avergonzó a Italia.

por Eliane Brum

Cuando la entrevisté, dos años atrás, me dijo que ya no lloraba. En algún momento de su lucha contra Eternit, las lágrimas se secaron dentro de Romana Blasotti Pavesi. Pasamos una tarde y una mañana conversando en su apartamento en Casale Monferrato. Resulta difícil creer a primera vista que en la pequeña ciudad del Piamonte la tragedia respira entre calles y paisajes de cine italiano, en las vitrinas de las confiterías donde los krumiris, las deliciosas galletas de Casale, se ofrecen a quien pasa. Entonces personas como Romana comienzan a hablar. Y cuando hablan enumeran sus muertos. Y la narración una vez más desafina con el escenario del apartamento en el que su soledad es acompañada por una población de bibelots bien ordenados y coloridos, una colección de pequeños elefantes de todas las formas, orígenes y texturas, la mayoría con la trompa hacia arriba. Le pregunto si dan buena suerte y ella me responde que así parecen felices. Romana se excusa un momento, con permiso dice, y desaparece en el cuarto. Vuelve de allí con una caja. De dentro de ella saca con la punta de los dedos un cabello largo y raro con diferentes matices de dorado y rojo. Bello, molto bello. Es de Maria Rosa, dice. La hija de Romana fue la quinta de su familia en morir por el cáncer del amianto.


Romana es la presidenta de la Asociación de Familiares y Víctimas del Amianto de Casale Monferrato. La ciudad fue la señalada por la fábrica de Eternit instalada allí en 1906. Durante décadas, considerada el lugar idóneo para los obreros, hasta que los primeros comenzaron a caer por enfermedades provocadas por el material conocido también como asbesto. Después, ya no eran los trabajadores que estaban en contacto directo con la fibra, sino residentes que nunca habían pisado el suelo de la fábrica. Profesores, médicos, periodistas, profesionales de todo tipo que habitaban la ciudad comenzaron a morir de enfermedades causadas por el amianto. La contaminación ambiental ya se había consumado y las décadas serían atravesadas por la tragedia. Romana afirma que más de 40 nuevos casos de mesotelioma, un cáncer agresivo y fatal provocado por el amianto, surgen cada año en la ciudad.

Casale Monferrato entonces se levantó y lideró un proceso histórico en la justicia italiana contra el billonario suizo Stephan Schmidheiny y el barón belga Louis de Cartier de Marchienne, este último muerto durante el juicio. Stephan Schmidheiny es heredero de la familia que fundó la Eternit suiza y estableció fábricas de amianto por varios países a lo largo del siglo XX, incluso en Brasil, sembrando la muerte. En 1976, asumió la dirección de los negocios y, según su versión, habría decidido abandonar la producción de amianto al descubrir que la fibra causaba enfermedades fatales. La Eternit suiza solo salió de las manos de la familia más de una década después, a finales de los ochenta. El grupo dejó la producción cuando el amianto ya se había convertido en un escándalo de salud pública en Europa con miles de víctimas y demandas de indemnización. El primer país en desterrar el amianto fue Islandia, en 1983, seguida pronto por Noruega, en 1984. En 2005, el material fue prohibido por la Unión Europea. Hoy está proscrito en 66 países del mundo, una lista de la cual Brasil no forma parte. Con la venta de las participaciones del grupo suizo Eternit, todo el pasivo ambiental y humano quedó atrás.

A lo largo del proceso de la Justicia italiana, los fiscales revelaron una telaraña de centenares de muertos y enfermos, la mayoría de Casale Monferrato. Hombres y mujeres contaban cómo perdieron padres, madres, hijos y hermanos de cáncer, algunos enfermos solo tuvieron tiempo de declarar antes de morir. Además del mesotelioma, la asbestosis, conocida como Pulmón de piedra, es otra enfermedad progresiva y fatal causada por el amianto. En este caso, la inhalación de la fibra provoca un ininterrumpido proceso de cicatrización que va endureciendo el órgano hasta impedir los movimientos de espiración e inspiración. Las víctimas de la asbestosis mueren lenta y dolorosamente por asfixia. En Brasil, era en ese momento cuando empresas como Eternit mandaban a sus representantes a los hospitales para que los trabajadores en plena agonía firmasen un documento aceptando una indemnización irrisoria a cambio de la vida que acababa, impidiendo así que sus familias iniciasen acciones judiciales después de su muerte.

El marido de Romana, Mario Pavesi, ya padecía asbestosis cuando comenzó a sentir la punzada en la espalda que anunciaba el mesotelioma. Mario era un hombre reservado, guardaba su mundo dentro de sí, y durante meses mantuvo el secreto del aguijonazo persistente. Ya había visto muchos compañeros de fábrica tener ese mismo síntoma y morir después. Un día, de repente, Mario dejó escapar un gemido. Y Romana supo que la atmósfera de la casa iba a cambiar de forma inexorable, porque aquel hombre no gemía.

Mario se había quedado huérfano a los 16 años, obligado a sustentar a la madre y los hermanos pequeños. En seguida, la Segunda Guerra incendió Europa y fue enviado como soldado a uno de sus frentes más duros, el de los Balcanes. En el día en el que se materializó ante Romana, en una osadía rara para aquel muchacho demasiado serio, hacía apenas un año que había regresado de Yugoslavia. Nunca se habían hablado pero Mario ya se presentó con intenciones de casamiento. Días después vieron Ninotchka en el cine. Mario ya había visto la película, pero como Romana se volvía loca con Greta Garbo, fingió que era su primera vez. Se casaron siete meses después. En 1957, ya con sus hijos Ottavio y Maria Rosa, Mario entró en Eternit, donde trabajaría durante 20 años. Cuando sintió la punzada en la espalda, estaba jubilado. Murió de mesotelioma la noche del 15 de mayo de 1983, a los 61 años. Poco antes de morir, Mario salió de su inconsciencia y tendió la mano a Romana. Ella la retuvo durante un largo silencio. Después de una vida, se despidieron así. Romana no hubiera podido adivinar en aquel momento que su trayectoria cambiaría radicalmente de curso, y que el hombre que amaba sería solo el primero de su familia sepultado por el amianto. En ese tiempo, Romana aún lloraba.

Familia amputada: después del amianto, solo quedan Romana y su hijo Ottavio. Foto: archivo familiar

Como las enfermedades provocadas por el amianto, como el mesotelioma, tienen un largo tiempo de latencia, en algunos casos décadas, el pico de la tragedia de salud pública sucede a veces con la fábrica ya cerrada. Italia desterró el amianto en 1992, pero aún hoy continúa la batalla con el escándalo sanitario. En Brasil, la fibra solo está prohibida en seis Estados: Rio Grande do Sul, São Paulo, Pernambuco, Rio de Janeiro, Mato Grosso y Minas Gerais. En la actualidad, el país es el tercer productor mundial, el tercer exportador y el cuarto usuario de amianto. Mientras la fibra va desapareciendo de los barrios más nobles del centro-sur, sigue peligrosamente abundante en favelas y periferias, así como en las casas de de quilombolas [descendientes de esclavos], ribeirinhos [poblaciones que viven de la extracción de recursos en la ribera de los ríos, en particular los amazónicos], de pequeños agricultores e indígenas.

Desde las últimas décadas del siglo XX, Brasil viene coleccionando muertes de trabajadores, así como de familiares que tuvieron contacto con las ropas sucias de amianto, por asbestosis y mesoteliomas. Hay varios expedientes en la Justicia buscando la forma de desterrar el amianto del país, así como de indemnizar a las víctimas, pero la industria exhibe un lobby poderoso influyendo en el actual gobierno, en el Congreso y en el Poder Judicial. Las muertes de centenares de brasileños, la mayoría trabajadores, y la tragedia de salud pública que se avecina con la contaminación medioambiental tienen mucho menos visibilidad que el sentido común y la responsabilidad pública permitirían, lo que convierte la persistencia del amianto en Brasil en una caja negra aún por ser totalmente desvelada.

En Italia, las víctimas y familiares de víctimas llevaron al billonario suizo a la Justicia y consiguieron condenarlo en dos instancias. El 13 de febrero de 2012, Stephan Schmidheiny fue condenado por un Tribunal de Turín a 16 años de prisión y al pago de 100 millones de euros. El delito fue descrito como “desastre ambiental doloso permanente y omisión dolosa de medidas de seguridad para los trabajadores”. El 3 de junio de 2013, la sentencia no solo fue confirmada en la corte de apelación, sino ampliada de 16 a 18 años de prisión. Todo indicaba un desenlace victorioso para aquellos que perdieron su propia vida o la vida de aquellos que amaban, en el juicio en última instancia, celebrado en Roma.

Y entonces, el miércoles 19 de noviembre de 2014, lo inimaginable sucedió. Ante las víctimas de Casale Monferrato y de otras regiones, la corte italiana anuló la condena de Stephan Schmidheiny: no por inocencia del reo, sino porque el delito había prescrito. Se dijo en el tribunal que era una decisión acorde al Derecho, y no a la Justicia. “A veces el Derecho y la Justicia toman direcciones opuestas, pero los jueces no tienen alternativa: deben seguir el Derecho”, dijo Francesco Iacovello, procurador general de la Corte de Casación de Roma. En un comunicado, la Corte afirmó que “la acusación era de delito ambiental y no de homicidio”. Y, por tanto, “no podría ignorar la expiración del plazo de prescripción que comenzó a contar a partir de 1986, cuando Eternit cerró sus fábricas en Italia”.

La conmoción duró apenas un segundo antes del primer grito, que luego se transformó en clamor: “¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza!”. Víctimas, familiares de víctimas, vecinos de la ciudad contaminada parecían heridos de muerte. La escena era impresionante. Iba a ser una victoria histórica, que tendría impacto en las víctimas del mundo y contribuiría a acelerar la desaparición del amianto de países como Brasil. Y de nuevo el poder económico -y por consecuencia el político- venció. Para algunos que observaban desde fuera, estaba claro que solo podría haber sido ese el desenlace, porque esa ha sido siempre la lógica del mundo. Pero, en los últimos años, los habitantes de Casale Monferrato y todos aquellos que perdieron padres, madres, hermanos, hijos en la brutal agonía provocada por las enfermedades del amianto creyeron que podrían alterar el curso de la Historia. “No es posible que la demanda por justicia prescriba en algunos casos”, afirmó a la prensa Matteo Renzi, primer ministro italiano. “Hay heridas que no conocen límites de tiempo”. En Casale Monferrato, las campanas de todas las iglesias sonaron al mismo tiempo en señal de luto. Uno de los líderes de la lucha de las víctimas, Bruno Pesce, anunció que, en la semana en la que el príncipe del amianto, Stephan Schmidheiny, venció, dos vecinos de Casale Monferrato murieron de mesotelioma. Y murieron derrotados de todas las maneras posibles.

A los 85 años, Romana Blasotti Pavesi se descubrió vencida. Su batalla contra Stephan Schmidheiny no fue la más importante de su existencia. La muerte de quien se ama es siempre la mayor batalla perdida en una vida humana. Y Romana vio primero a su marido, Mario, después a su hermana, Libera, en seguida a su prima Anna, el siguiente fue Giorgio, su sobrino, y por fin, aunque nunca se sepa si acabó, Maria Rosa, la hija. Todos muertos por mesotelioma, el cáncer del amianto. “No es venganza”, repitió siempre Romana. “Nuestra lucha contra Stephan Schmidheiny es por todo lo que él representa”. La vieja mujer desvía el extraordinario azul de sus ojos hacia dentro, al lugar de los recuerdos, y dice: “No siento rencor por el responsable de toda esta tragedia, pero si él tuviese la posibilidad de acompañar a un enfermo que le fuese querido, de principio a fin, tal vez pudiese entender algo”.

Fue con la muerte de Maria Rosa, en la bárbara subversión de la lógica que obliga a una madre a enterrar a su hija, cuando Romana perdió la capacidad de llorar. Maria fue el nombre que el padre escogió, Rosa lo eligió la madre. Maria Rosa nunca trabajó con amianto. En los recuerdos de Romana, uno le sobresalta. Ella y Mario llevando a la entonces pequeña Maria Rosa a pasear por los alrededores de la fábrica donde el padre era un trabajador orgulloso. Remolinos de polvo se levantaban del material descartado, era hasta bonito. Y entonces Maria Rosa, ya adulta y madre de un hijo, aparece en casa de la madre: “Tengo mesotelioma”. Había atribuido el dolor de la espalda a una caída ocurrida cuando esquiaba. La radiografía reveló la verdad brutal. Su último gesto, en agosto de 2004, fue vencer la fragilidad de su cuerpo machacado por el cáncer para abrazar a su hijo, Michele, con una fuerza que nadie sabe de sonde sacó.

Con la mitad de la familia amputada por el amianto, Romana dedicó las últimas décadas de su existencia a buscar justicia. Mientras ella y sus compañeros de lucha se organizaban, la mayoría de ellos cargando certificados de defunción de familiares y compañeros de trabajo, Stephan Schmidheiny llevaba adelante una de las más fascinantes y exitosas operaciones de lavado de biografía -o greenwashing- de la historia reciente. Pronto pasó a ser llamado por la prensa internacional de “filántropo” y, por paradójico que parezca, “ambientalista” y “ecologista”. Fue una de las estrellas de la Río-92, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medioambiente y Desarrollo, y creó, entre otras organizaciones, Avina: una fundación dedicada a programas ambientales y de reducción de la pobreza que actúa también en Brasil. Entre los honores que le fueron ofrecidos, figuran el titulo de doctor honoris causa en humanidades por la universidad estadounidense de Yale y la Orden de la Cruz del Sur, que le fue concedida por el entonces presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso.

En el sitio web de Avina, el hombre llevado a la Justicia por las víctimas del amianto como un criminal socioambiental es presentado como “pionero de la lucha contra el amianto”. La noticia de la anulación de su sentencia por la corte italiana se publica bajo la llamada “desarrollo sostenible”. En posicionamiento con fecha de este mes de noviembre, así se manifiesta Avina: “(…) contraria a que se siga empleando amianto en cualquier tipo de industria. Por eso las autoridades públicas de todas las naciones deben normalizar y regular la prohibición de la producción y uso del amianto, además de desarrollar acciones de protección de la ciudadanía de las víctimas afectadas por él”.

En su defensa, el magnate suizo suele afirmar que desconocía el potencial destructivo del amianto. Según su versión, cuando supo que la fibra era cancerígena, decidió abandonar el sector. En un comunicado después de la anulación de la sentencia, portavoces de Stephan Schmidheiny afirmaron: “La defensa espera que el estado italiano proteja a Stephan Schmidheiny de futuros procesos criminales injustificados y cierre todos los procesos actuales”.

Líderes de la lucha por la desaparición del amianto, víctimas y familiares contestan la inocencia del heredero de la Eternit suiza presentando documentos que comprueban que la relación entre el amianto y las enfermedades como asbestosis se conoce desde comienzos del siglo XX. En los años sesenta del mismo siglo ya estaba documentada la relación entre la fibra y el mesotelioma. En Brasil, la fábrica de Eternit en el municipio paulista de Osasco se instaló a comienzos de la década de los cuarenta, cuando ya se conocía el potencial destructivo del amianto. Stephan Schmidheiny llegó a hacer una especie de prácticas en la fábrica brasileña, uno de los argumentos que usa al afirmar que desconocía los males causados por la fibra. En el proceso judicial italiano quedó claro que, en 1976, ante las crecientes noticias sobre la relación entre asbesto y patologías fatales, la industria promovió una conferencia en Alemania para discutir estrategias para hacer frente al problema sin dejar de producir amianto, de la cual Stephen Schmidheiny participó.

Según las víctimas, aunque fuese posible aceptar que el desconocimiento sobre el carácter tóxico del amianto fuese de hecho real, nada explica que el grupo hubiera vendido Eternit: una transacción comercial lucrativa que supuso la continuidad de las operaciones, aunque en manos de otros dueños, como pasa en Brasil y en otros países en los que la fibra aún no ha sido prohibida. Señalan incluso la imposibilidad de justificar el abandono del pasivo ambiental y humano consumado, mientras la fortuna de la familia Schmidheiny se construía. “Stephan Schmidheiny obtuvo en la Justicia una victoria formal”, afirma la ingeniera brasileña Fernanda Giannasi, auditora jubilada del Ministerio de Trabajo de Brasil y una de las líderes mundiales en la lucha por la desaparición del amianto. “Para el resto de su vida va a tener que convivir con ese estigma. No le permitiremos olvidar ni por un minuto lo que él hizo contra la humanidad”.

La voz de las víctimas tiene mucho menos resonancia, sin embargo, que la poderosa operación de marketing internacional invertida en el cambio de imagen de aquel al que consideran su verdugo. La financiación de acciones de caridad y de programas socioambientales por Stephan Schmidheiny ha silenciado a varias personas histórica y profesionalmente ligadas a la defensa de los derechos humanos y del medioambiente en el mundo y también en Brasil. Es parte de la explicación del porqué las victimas del amianto, considerado una de los mayores tragedias de salud pública de la historia de la humanidad, entablan sus batallas solos, aislados de parcelas de la sociedad que, por lógica, deberían luchar a su lado.

Romana, como un personaje shakesperiano, se encontró lanzada al ruido y la furia de fuerzas poderosas. Ella, que empezó su vida trabajando como empleada doméstica en las casas de los más ricos, tuvo la osadía de hacer frente a un billonario homenajeado por revistas como Forbes y universidades como Yale. En el tribunal, al ver agigantarse ante ella el espectro aniquilador de la injusticia, Romana solo consiguió encontrar un adjetivo: “Abominable”. Después diría: “Estoy cansada. Cansada de sufrir y de ver personas morir a mi alrededor. La decepción duele como jamás habría podido imaginar”.

Los años se acortan ante ella. Pero Romana sabe que, mientras hay vida, la escritura de la Historia puede ser peleada. Abandonó el tribunal protegida por el único hijo que le quedó, Ottavio. Y no lloró.

Romana en lo que queda de la fábrica de amianto Eternit que contaminó la ciudad y causó cientos de muertes por mesotelioma.. Foto: Joao Luiz Guimaraes

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción: Coluna Prestes - o avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos. E de novela: Uma duas Web: elianebrum.com. Correo electrónico: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: @brumelianebrum

Fuente:
Eliane Brum, Romana y el billonario del amianto: el dolor que no prescribe, 25/11/14, El País. Consultado 27/11/14.

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