domingo, 21 de junio de 2015

Los ritmos de la naturaleza - El invierno


por Antonio Elio Brailovsky

Queridos amigos:

Hemos señalado en numerosas oportunidades que vivimos en una sociedad que procura negar nuestra pertenencia a la naturaleza.

No se trata de conductas ingenuas sino de mensajes interesados, que provienen de quienes lucran con la destrucción de nuestro soporte natural.

Por eso, mi insistencia en recordar y compartir con ustedes los ritmos de la naturaleza.

Quiero destacar al respecto, la reciente Encíclica ambiental Laudato Si del Papa Francisco. Los invito a leer el texto completo (disponible en cientos de páginas de Internet) y a compararlo con las reseñas banalizadas de la mayor parte de los medios de comunicación. En esta obra, Francisco no critica los pecados de los individuos, como hicieron los Papas anteriores, sino que cuestiona la conducta de las grandes multinacionales. No sólo reclama por el derecho humano al agua (derecho que fue negado hace unos meses por el Congreso argentino) sino que lo plantea como el primer derecho humano, porque es condición necesaria para el ejercicio de los demás. Previsiblemente, condena el despilfarro energético, la industria del descarte, la agricultura basada en la saturación de plaguicidas y la gran minería que deja sin agua a los seres humanos. Es decir, las bases de nuestro actual sistema económico. También dice, contradiciendo las cifras optimistas de muchos gobiernos y también de Naciones Unidas, que los excluidos son la mayor parte de la población mundial.

Tal vez nada nuevo, pero nos ayuda a seguir este camino difícil en buena compañía.

En esta entrega ustedes reciben:
Un texto del escritor italiano de origen sefardí Primo Levi (1919-1987), perteneciente a su obra “El Sistema Periódico”, en el que utiliza los elementos químicos como metáfora de situaciones humanas. Levi es sobreviviente del Holocausto y son conocidos sus testimonios sobre su prisión en el campo de concentración de Auschwitz. Pero también es autor de recuerdos costumbristas como el que aquí les envío, referido al ascenso a una montaña nevada.
El recordatorio de mi libro “La Ecología en la Biblia y otras creencias religiosas”, publicado por Maipué y el contacto con el editor para quienes tengan interés en adquirirlo. Allí tienen el modo en que se fueron construyendo las ideas que llevaron a esta Encíclcica que reclama proteger la Creación.
La obra de arte que acompaña esta entrega es "Tren sobre la nieve", del impresionista francés Claude Monet, que muestra un paisaje semejante al que acabo de ver en el Tren del Fin del Mundo, en Ushuaia.
Quiero saludarlos en el comienzo del invierno (y del verano para los amigos el Hemisferio Norte)

Un gran abrazo a todos.

Antonio Elio Brailovsky.

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Sandro escalaba la montaña más a base de instinto que de técnica, confiando en la fuerza de sus manos, y saludando burlonamente, en los trozos de roca a que se agarraba, el silicio, el calcio y el magnesio que había aprendido a reconocer en el curso de mineralogía. Le parecía haber perdido el día si no había agotado de alguna manera sus reservas de energía, y entonces hasta su mirada era más viva. Me explicó que, haciendo vida sedentaria, se le forma a uno un depósito de grasa por detrás de los ojos, que no es sano; cansándose, la grasa se disuelve, los ojos retroceden al fondo de las órbitas, y se vuelven más penetrantes.

Para él todas las estaciones eran buenas. El invierno para esquiar, pero no en las estaciones lujosas y mundanas, de las que huía con lacónico desprecio. Demasiado pobres para poder comprarnos las pieles de foca para la subida, Sandro me había enseñado a coser telas de cáñamo tosco, materiales espartanos que absorben el agua y luego se congelan como merluzas, y en las bajadas hay que atárselos a la cintura. Me arrastraba a caminatas agotadoras sobre la nieve reciente, lejos de cualquier rastro humano, siguiendo itinerarios que parecía intuir como un salvaje.

Otras veces eran empresas más comprometidas; nunca tranquilas evasiones, porque Sandro decía que para mirar el paisaje ya tendríamos tiempo a los cuarenta años. Dormimos en una posada y salimos al día siguiente, no demasiado temprano, a una hora imprecisa; nos internamos altaneramente en la niebla, y salimos de ella hacia la una, con un sol espléndido, a la enorme cresta de una cima, que resultó no ser la buena.

Entonces yo dije que podíamos volver a bajar unos cien metros, cruzar a mitad de la cuesta y volver a subir por la próxima pendiente; o mejor todavía, ya que estábamos allí, seguir subiendo y contentarnos con la cima equivocada, que después de todo solamente era cuarenta metros más baja que la otra. Pero Sandro, con maravillosa mala fe, dijo que no valía la pena tener veinte años si no se podía uno permitir el lujo de equivocarse de camino.
Primo Levi: "El Sistema Periódico", ed. Alianza Tres.

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Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, Los ritmos de la naturaleza - El invierno, 21/06/15, Defensoría Ecológica.

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