lunes, 21 de diciembre de 2015

Los ritmos de la naturaleza - El verano


por Antonio Elio Brailovsky

Queridos amigos:

Hemos dicho en muchas oportunidades que el distanciamiento de la naturaleza que caracteriza a nuestra cultura, ha sido provocado intencionalmente para facilitar la tarea de quienes lucran con la destrucción del medio natural que nos sostiene.

Un ejemplo sugestivo es el resultado de la reciente Cumbre del Clima, celebrada en París. Recordemos que la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático fue firmada en 1992. En las más de dos décadas subsiguientes, se registraron avances milimétricos, que contrastan con la afirmación generalizada de que el problema del clima es urgente.

Uno de los mayores avances es que, por primera vez, todos los países aceptaron (con enorme retraso) que el problema climático existe y que la acción humana es determinante en sus causas. Lo hicieron recién en la reunión número 21, lo que significa otras 20 grandes jornadas previas en las cuales no quisieron reconocer lo obvio.

Pero esta vez, en París ha pasado lo de siempre: se conforma a los pueblos con declaraciones sonoras y escasas medidas concretas. Los países desarrollados van a comenzar a poner dinero a partir del 2020, como si no hubiera una amenaza inminente.

El documento no habla ya "neutralidad de carbono", como en el último borrador, y mucho menos de "descarbonización de la economía". Los gobiernos se comprometen alcanzar el techo de emisiones gases invernadero "lo antes posible", es decir, sin comprometerse a ninguna fecha. Lo antes posible puede ser dentro de varios siglos.

Toda la publicidad del acuerdo dice que es "jurídicamente vinculante", pero los Estados Unidos advirtieron que el Senado de su país no va a aprobar ninguna medida vinculante. ¿Acaso es vinculante para los demás pero no para Estados Unidos?

En esta entrega ustedes reciben:
Un texto del escritor argentino Haroldo Conti, de su novela: “Mascaró, el cazador americano”, en el que describe la melancolía de una playa soleada y desierta.
El recordatorio de mi novela: “Mariano Moreno, tiempo de opresión”, y el contacto con el editor, para quienes piensen que un libro puede ser un buen regalo de Navidad. La novela narra los episodios de toma de conciencia que llevaron a un estudiante de derecho a convertirse en uno de los grandes revolucionarios de 1810. En ese vínculo entre el conflicto social y los cambios interiores del protagonista incidió el haber conocido el sufrimiento ambiental de los habitantes originarios de América, esclavizados en las minas de plata. Así, la historia ecológica nos da claves para comprender los procesos políticos de nuestros países.  Como sucede con muchos de los libros que no están en el gran circuito comercial ni se publicitan por televisión, la novela no está en todas las librerías, de modo que van los datos del editor y las direcciones de las librerías en las que pueden encontrarla.
La obra de arte que acompaña esta entrega es: ”Pescadores en una tarde de verano”, del danés Michael Peter Ancher (1849-1927). Es un pintor impresionista, caracterizado por sus cuadros de pescadores, playas, y retratos intimistas. (Tomado del excelente blog de Juan Carlos Boveri)
Quiero saludarlos en el comienzo del verano.

Un gran abrazo a todos.

Antonio Elio Brailovsky

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Oreste fue en la tarde hasta Aguas Dulces, costeando, para ver si había noticias de ese barco. No llegó hasta ahí ni era su propósito. Llegó chorreando sudores hasta el barco hundido que, de lejos, parece una ciudad.

El barco no se ve desde Arenales. Sólo a medio camino aparece el bulto que entra en el mar como una prolongación de la Punta del Diablo. La arena que levanta el viento lo vela y aun lo borra y hasta lo remonta por el aire.

Después se despega de la Punta, vira, se hincha y, por fin, se convierte en una ciudad que crece a cada paso. Oreste cambia de ánimo según cambia el barco. Marcha por tiempos y caminos distintos según sea un roquedal, una nube, un tren, una muralla almenada, una ciudad. Más cerca es un barco, y se alegra, porque piensa que es el Mañana, ese gran barco que navega en su cabeza. Camina envuelto en arena, salpicado de espuma, sacudido por el viento, encogido en la cavidad de su cuerpo. La línea movediza de las olas lo despista, lo adormece. Se agacha y recoge un caracol blanqueado por el sol y lo arroja al mar con un grito. El grito no sale de su boca sino algo más adelante y se aplasta contra el viento. Y ahora el barco es un barco encallado, un cascarón de barco, nombre y tristeza Aldebarán.

Anduvo por el interior del casco, removiendo restos, despegando lapas, simulando navegaciones. Un chorro de mar entraba por un boquete en la banda de estribor. Recogió un grillete musgoso y lo echó en el bolsillo. Subió a cubierta y fue y vino unas cuantas veces de una punta a otra por el puro gusto de escuchar sus pasos. Oreste se detiene de golpe y hay un breve retumbo a sus espaldas, un rumor de chapas, un roce de escamas, el viento.

Sube al puente. El sol roza las puntas de los médanos, la playa es una neblina amarilla que recorren luces y fosforescencias, las gaviotas están paradas sobre sus sombras que se alargan en la arena, y se quiebran en la primera ola. No se ve Arenales. Se ve la punta del médano. El barco se agita, zarpa. El Aldebarán navega sobre festones de espuma, entre engañosas neblinas.

Haroldo  Conti: “Mascaró, el cazador americano”.

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La tapa de mi libro está ilustrada con un grabado de Thedore de Bry, artista belga del siglo XVI, en la que muestra la explotación de los indígenas en los socavones de las minas del Potosí. Los seres humanos han sido reducidos a pequeñas marionetas sin rostro, manejadas por un poder distante.

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Prólogo 
En el verano de 1802, un estudiante de Chuquisaca, llamado Mariano Moreno, hizo el viaje más importante de su vida. Visitó el cerro del Potosí y conoció la cantidad de sangre y de lágrimas que se derramaban para acuñar cada una de las monedas de plata que llevan la cara del Rey de España y las Indias. Allí descubrió que, bajo la opresión, los hombres pierden la voz y la esperanza, los bienes materiales y quizá la vida. También pierden la conciencia de su propio cuerpo, a punto tal que no saben reconocer el momento en que se arrastran.

En esta novela cuento ese viaje basándome en documentación original que aparece intertextualizada. El estudiante Moreno conocerá los hombres que adoran al Demonio en el socavón del cerro, sabrá de los que leen libros prohibidos y de los que se orientan en la pampa inmensa por las hojas de la jarilla, que miran siempre al norte. Escuchará los ecos de la voz lúcida de Túpac Amaru, sentirá la proximidad de las hogueras de la Inquisición y la presencia directa del miedo.

Escribí esta novela cuando estábamos muy cerca de experiencias semejantes y aún temíamos cada noche que nos vinieran a buscar. A medida que leía las palabras de los que sufrían el miedo y la opresión en esa época e incorporaba sus testimonios a la obra, encontraba sentimientos cada vez más afines a los míos. Sin embargo, no existe el dolor genérico: cada uno tiene el suyo propio. Para transmitir el que sintió Mariano Moreno tenía que construir un andamiaje que permitiera intercalar con fluidez las palabras de su tiempo, tal y como aparecen reflejadas en tantos documentos que no queremos olvidar.

Palabras que cuentan de un estudiante que encontró su lugar en el mundo al descubrir que, para que la esfinge muera, cada hombre debe reconocerse a sí mismo como habiéndose arrastrado en cuatro pies durante una mañana interminable y siendo capaz de erguirse finalmente sobre sus dos piernas al sol durísimo del mediodía.

Este libro cuenta cómo se hace un hombre.

Antonio Elio Brailovsky

El libro “MARIANO MORENO, TIEMPO DE OPRESIÓN”, puede pedirse a Editorial Maipué: gerencia@maipue.com.ar o ventas@maipue.com.ar  o a los teléfonos: 4624-9370 y 4623-6226.

Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, Los ritmos de la naturaleza - El verano, 20/12/15, Defensoría Ecológica.

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