viernes, 22 de abril de 2016

Ramona y su mundo

Foto: Carolina Rojo


por Alexis Oliva

El niño llegó con hambre y abandono al rancho del paraje Las Maravillas, veinte kilómetros monte adentro de Sebastián Elcano, en el norte cordobés. Tenía unos cuatro o cinco años, nadie lo sabía con exactitud. Ramona Orellano de Bustamante ya tenía una decena de hijos, entre propios y criados, y alguien le avisó que el chico estaba en el hospital y su madre no lo podía mantener. Luego de tramitar la guarda con el juez de paz, lo cargó en el sulqui y se lo llevó al campo. El changuito devoró el pan casero con mate cocido y cuando empezaba a comerse las migas dispersas en la mesa, Ramona lo frenó.

- No, m’hijo. Las migas no se comen. Son para los pipí -le dijo, mientras pasaba la mano por el mantel de hule y las juntaba en el delantal-. Usted las junta en un plato y las tira al patio para los pipí. ¿Me entiende?

“Esa es su cosmovisión, una especie de mandamiento pagano para dividir la pobreza. Ella se hace cargo de cada animal que se arrima, que son cada vez más porque hoy su campito es un islote en un mar de soja. Por eso, para nosotros, ella es la encarnación de la Pacha Mama”, explicó, tras contar el episodio, Fernando Balicki, amigo de Ramona, uno de los pocos vecinos de Sebastián Elcano comprometidos con su causa.

Fue una de las tantas anécdotas de resistencia, sabiduría, lucha y dignidad rememoradas durante la fiesta del cumpleaños 90 de Ramona, festejado por unas doscientas personas, entre parientes, amigos y militantes del Movimiento Campesino de Córdoba (MCC), en ese campo sobre el que persiste una inminente amenaza de desalojo.

“Ramona Bustamante, ayer, 6 de abril, cumplió 90 otoños. De pie en el monte, que sin ella, sus hijos y sus compañeros, hubiera sido ahogado en el mar verde, o dicho de otra forma, muerto de sed en el desierto de vegetales tóxicos. Tiene un pedido judicial que pretende volver a cortarle las raíces que viene viendo crecer nuevamente desde hace doce años. Su lucha y la de los campesinos, lejos de terminar, se acrecienta y se renueva”, relata el comunicado del MCC.

El sábado caía en el norte de Córdoba una llovizna casi escandinava, pero debajo de la carpa improvisada con un amplio y perforado plástico negro -el mismo que la cobijó cuando hace doce años los agro-empresarios, el Poder Judicial y la Policía le voltearon la casa- hacía un calor de lucha y solidaridad popular.

Hasta en el clima, la escena del festejo era opuesta a la de aquel 30 de diciembre de 2003, cuando una topadora custodiada por una veintena de policías le derribó su rancho, por orden de la Justicia de Deán Funes a instancias de los hermanos Edgardo y Juan Carlos Scaramuzza. El Movimiento Campesino la defendió del que hubiera sido un atropello mayor y la ayudó a armar un toldo, que el 23 de enero siguiente otra incursión policial le tiró abajo. Pero lo volvieron a levantar y Ramona y su hijo Orlando se quedaron a resistir en el campo.

Así se precipitó un conflicto que reveló a los tribunales de Deán Funes como un escenario paradigmático de la desigualdad ante la ley en la lucha por el derecho a la tierra. Luego de años de litigio, avances y retrocesos en las fueros penal y civil, todavía no se reconocen sus derechos de poseedora y la amenaza de desalojo persiste.

El caso trascendió gracias a los periodistas y medios de comunicación alternativos y a las denuncias realizadas por el MCC en cuanto foro nacional o internacional pudo participar. El cerco informativo se terminó de romper cuando Raly Barrionuevo y León Gieco subieron a Ramona al escenario del Festival de Cosquín. “¡Para los campesinos del norte de Córdoba, exigimos tierra, justicia y trabajo!”, gritó esa noche el de Cañada Rosquín.

Desde entonces, los medios hegemónicos se vieron obligados a concederle espacio-tiempo a Ramona. Pero hicieron un gran esfuerzo por despolitizar y desclasar su conflicto, como si se tratara de la abuelita campesina de Caperucita Roja, acechada por abstractos lobos feroces, y no de un arquetipo del campesinado originario explotado y/o amenazado por los personeros del agro-negocio. Del mismo modo, era invisibilizado el acompañamiento solidario del Movimiento Campesino, sostenido durante más de una década.

El sábado, parientes, amigos y militantes se hermanaban bajo el toldo que dejaba pasar la fina y helada llovizna, compartían empanadas, cordero asado y carne de vaca en bolsa y se turnaban con el micrófono para regalarle palabras a la cumpleañera:

- Festejamos, Ramona, tus jóvenes 90 años, construidos a base de mucho trabajo, sacrificio y espíritu de lucha, que no supo de flaquezas ni cansancio. Nada fue fácil, porque había mucho que atender: muchos animales. Cada día fue levantarse y comenzar el día aunque hubiera sol, viento, lluvia, frío o estuvieras enferma, pero siempre el trabajo se hizo, poniendo buena cara y una oración a la Virgen, esa que tenés al lado de tu cama, y agradeciendo a Dios por cada día -contó Pochi, una de sus sobrinas, antes de proponer un brindis, ya con la voz tomada por la emoción.

- En los momentos difíciles de Ramona, estuvimos acá acompañándola, y después íbamos y veníamos. Fue muy feo. Acá pasamos el frío, la lluvia y el viento, pero siempre estuvimos acompañándola. La queremos mucho y vamos a seguir hasta el final, si Dios quiere y nos da fuerzas. ¡Fuerza, Ramona! ¡Movimiento Campesino de Córdoba! -dijo Carmen, de la Asociación de Productores del Noroeste Cordobés (Apenoc).

- Pensar que esta tierra que estamos pisando estaría llena de soja si no estuviéramos todos unidos. A todos y a usted también quiero decirles que Dios quiere que esto sea nuestro, porque Dios nos entregó la tierra y la tierra es para quien la trabaja. Esto es la vida, poder festejar los cumpleaños de nuestros seres queridos, y que ustedes puedan saber que personas como Ramona tenemos muchas en el campo, y tenemos mucho para aprender y mucho para enseñar -expresó Mario Bárcena, de la Organización de Campesinos Unidos del Norte de Córdoba (Ocun).

- Es un orgullo ver a toda esta gente reunida acá. Sé que mi tía nunca estuvo sola, siempre tuvo apoyo familiar y aun no familiar de gente que realmente sabe cómo ella ha luchado estos campos, cómo ella hasta el día de hoy es capaz de hacer una pailada de arrope e invitarnos a todos nosotros. Yo veo el valor de esa abuela de 90 años que supo ponerle el pecho a la injusticia y que todos debemos gritar por ella que se haga justicia. Tía, esta gente reunida acá te dice cuánto vales. Vos no valés los millones que los de afuera quieren poner acá; vos valés muchísimo más. Sos un patrimonio nacional de nuestra Argentina -dijo otra de sus sobrinas.

Mientras tanto, Ramona prestaba a los oradores una respetuosa escucha, aunque repartida en la atención a sus invitados. Iba y venía del toldo a la cocina, apoyada en la sinuosa rama que usa como bastón, preocupada de que a nadie le faltara comida o bebida. Cuando escuchaba algo lindo, murmuraba un “gracias” y miraba con asombro las lágrimas en esos rostros familiares, cercanos o casi desconocidos. De a ratos se la veía cansada, como si de pronto sintiera el peso de sus años y su historia. Pero nada de eso la privó de bailar un par de valsecitos criollos.

Después llegó el momento de cortar y repartir la torta, adornada con una muñeca símil Ramona sentada en una sillita de madera. Igual a como se sentó la Ramona de carne y hueso, cuando ya caía la tarde. Para descansar un rato, antes de seguir.

Fuente:
Alexis Oliva, Ramona y su mundo, 13/04/16, La Aceituna Colorada.

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