por Alexis Oliva
El
niño llegó con hambre y abandono al rancho del paraje Las Maravillas, veinte
kilómetros monte adentro de Sebastián Elcano, en el norte cordobés. Tenía unos
cuatro o cinco años, nadie lo sabía con exactitud. Ramona Orellano de
Bustamante ya tenía una decena de hijos, entre propios y criados, y alguien le
avisó que el chico estaba en el hospital y su madre no lo podía mantener. Luego
de tramitar la guarda con el juez de paz, lo cargó en el sulqui y se lo llevó
al campo. El changuito devoró el pan casero con mate cocido y cuando empezaba a
comerse las migas dispersas en la mesa, Ramona lo frenó.
- No, m’hijo. Las migas no se comen. Son para los pipí -le dijo, mientras pasaba
la mano por el mantel de hule y las juntaba en el delantal-. Usted las junta en
un plato y las tira al patio para los pipí. ¿Me entiende?
“Esa
es su cosmovisión, una especie de mandamiento pagano para dividir la pobreza.
Ella se hace cargo de cada animal que se arrima, que son cada vez más porque
hoy su campito es un islote en un mar de soja. Por eso, para nosotros, ella es
la encarnación de la Pacha Mama”, explicó, tras contar el episodio, Fernando
Balicki, amigo de Ramona, uno de los pocos vecinos de Sebastián Elcano
comprometidos con su causa.
Fue
una de las tantas anécdotas de resistencia, sabiduría, lucha y dignidad
rememoradas durante la fiesta del cumpleaños 90 de Ramona, festejado por unas
doscientas personas, entre parientes, amigos y militantes del Movimiento
Campesino de Córdoba (MCC), en ese campo sobre el que persiste una inminente
amenaza de desalojo.
“Ramona
Bustamante, ayer, 6 de abril, cumplió 90 otoños. De pie en el monte, que sin
ella, sus hijos y sus compañeros, hubiera sido ahogado en el mar verde, o dicho
de otra forma, muerto de sed en el desierto de vegetales tóxicos. Tiene un
pedido judicial que pretende volver a cortarle las raíces que viene viendo
crecer nuevamente desde hace doce años. Su lucha y la de los campesinos, lejos
de terminar, se acrecienta y se renueva”, relata el comunicado del MCC.
El
sábado caía en el norte de Córdoba una llovizna casi escandinava, pero debajo
de la carpa improvisada con un amplio y perforado plástico negro -el mismo que
la cobijó cuando hace doce años los agro-empresarios, el Poder Judicial y la
Policía le voltearon la casa- hacía un calor de lucha y solidaridad popular.
Hasta
en el clima, la escena del festejo era opuesta a la de aquel 30 de diciembre de
2003, cuando una topadora custodiada por una veintena de policías le derribó su
rancho, por orden de la Justicia de Deán Funes a instancias de los hermanos
Edgardo y Juan Carlos Scaramuzza. El Movimiento Campesino la defendió del que
hubiera sido un atropello mayor y la ayudó a armar un toldo, que el 23 de enero
siguiente otra incursión policial le tiró abajo. Pero lo volvieron a levantar y
Ramona y su hijo Orlando se quedaron a resistir en el campo.
Así
se precipitó un conflicto que reveló a los tribunales de Deán Funes como un
escenario paradigmático de la desigualdad ante la ley en la lucha por el
derecho a la tierra. Luego de años de litigio, avances y retrocesos en las
fueros penal y civil, todavía no se reconocen sus derechos de poseedora y la
amenaza de desalojo persiste.
El
caso trascendió gracias a los periodistas y medios de comunicación alternativos
y a las denuncias realizadas por el MCC en cuanto foro nacional o internacional
pudo participar. El cerco informativo se terminó de romper cuando Raly
Barrionuevo y León Gieco subieron a Ramona al escenario del Festival de
Cosquín. “¡Para los campesinos del norte de Córdoba, exigimos tierra, justicia
y trabajo!”, gritó esa noche el de Cañada Rosquín.
Desde
entonces, los medios hegemónicos se vieron obligados a concederle
espacio-tiempo a Ramona. Pero hicieron un gran esfuerzo por despolitizar y
desclasar su conflicto, como si se tratara de la abuelita campesina de
Caperucita Roja, acechada por abstractos lobos feroces, y no de un arquetipo
del campesinado originario explotado y/o amenazado por los personeros del agro-negocio.
Del mismo modo, era invisibilizado el acompañamiento solidario del Movimiento
Campesino, sostenido durante más de una década.
El
sábado, parientes, amigos y militantes se hermanaban bajo el toldo que dejaba
pasar la fina y helada llovizna, compartían empanadas, cordero asado y carne de
vaca en bolsa y se turnaban con el micrófono para regalarle palabras a la
cumpleañera:
- Festejamos,
Ramona, tus jóvenes 90 años, construidos a base de mucho trabajo, sacrificio y
espíritu de lucha, que no supo de flaquezas ni cansancio. Nada fue fácil,
porque había mucho que atender: muchos animales. Cada día fue levantarse y
comenzar el día aunque hubiera sol, viento, lluvia, frío o estuvieras enferma,
pero siempre el trabajo se hizo, poniendo buena cara y una oración a la Virgen,
esa que tenés al lado de tu cama, y agradeciendo a Dios por cada día -contó
Pochi, una de sus sobrinas, antes de proponer un brindis, ya con la voz tomada
por la emoción.
- En
los momentos difíciles de Ramona, estuvimos acá acompañándola, y después íbamos
y veníamos. Fue muy feo. Acá pasamos el frío, la lluvia y el viento, pero
siempre estuvimos acompañándola. La queremos mucho y vamos a seguir hasta el
final, si Dios quiere y nos da fuerzas. ¡Fuerza, Ramona! ¡Movimiento Campesino
de Córdoba! -dijo Carmen, de la Asociación de Productores del Noroeste Cordobés
(Apenoc).
- Pensar
que esta tierra que estamos pisando estaría llena de soja si no estuviéramos
todos unidos. A todos y a usted también quiero decirles que Dios quiere que
esto sea nuestro, porque Dios nos entregó la tierra y la tierra es para quien
la trabaja. Esto es la vida, poder festejar los cumpleaños de nuestros seres
queridos, y que ustedes puedan saber que personas como Ramona tenemos muchas en
el campo, y tenemos mucho para aprender y mucho para enseñar -expresó Mario
Bárcena, de la Organización de Campesinos Unidos del Norte de Córdoba (Ocun).
- Es
un orgullo ver a toda esta gente reunida acá. Sé que mi tía nunca estuvo sola,
siempre tuvo apoyo familiar y aun no familiar de gente que realmente sabe cómo
ella ha luchado estos campos, cómo ella hasta el día de hoy es capaz de hacer
una pailada de arrope e invitarnos a todos nosotros. Yo veo el valor de esa
abuela de 90 años que supo ponerle el pecho a la injusticia y que todos debemos
gritar por ella que se haga justicia. Tía, esta gente reunida acá te dice cuánto
vales. Vos no valés los millones que los de afuera quieren poner acá; vos valés
muchísimo más. Sos un patrimonio nacional de nuestra Argentina -dijo otra de
sus sobrinas.
Mientras
tanto, Ramona prestaba a los oradores una respetuosa escucha, aunque repartida
en la atención a sus invitados. Iba y venía del toldo a la cocina, apoyada en
la sinuosa rama que usa como bastón, preocupada de que a nadie le faltara
comida o bebida. Cuando escuchaba algo lindo, murmuraba un “gracias” y miraba
con asombro las lágrimas en esos rostros familiares, cercanos o casi
desconocidos. De a ratos se la veía cansada, como si de pronto sintiera el peso
de sus años y su historia. Pero nada de eso la privó de bailar un par de
valsecitos criollos.
Después
llegó el momento de cortar y repartir la torta, adornada con una muñeca símil
Ramona sentada en una sillita de madera. Igual a como se sentó la Ramona de
carne y hueso, cuando ya caía la tarde. Para descansar un rato, antes de
seguir.
Fuente:
Fuente:
Alexis Oliva, Ramona y su mundo, 13/04/16, La Aceituna Colorada.
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