El establecimiento agroganadero La Aurora lleva dos décadas de producción agroecológica. Buenos niveles de producción, escasos gastos en insumos y mayor rentabilidad que los campos transgénicos. La FAO los acaba de reconocer como una experiencia de referencia a nivel mundial. Darío Aranda viajó hasta Benito Juárez, Provincia de Buenos Aires, para contarnos el funcionamiento y la historia de las personas detrás de uno de los faros de la agroecología bonaerense.
Menor gasto en
insumos, buenos niveles de producción, mayor margen de ganancia. Y,
central, producción de alimentos sanos y nulo uso de agroquímicos.
Se trata del emprendimiento agroecológico La Aurora, en Buenos
Aires, que hace dos décadas decidió comenzar una transición para
mejorar la producción, recuperar suelos y salirse del modelo de
agronegocios. El campo tiene 650 hectáreas, altos niveles de
rentabilidad y fue distinguido por Naciones Unidas como un caso de
referencia en agroecología.
La casona es
antigua y está rodeada de árboles. Desde el ventanal del comedor se
ve el patio y algo del horizonte, en tonalidades de verdes. El sol
recién asoma y embellece aún más el paisaje.
Juan Kiehr y Erna
Bloti se instalaron el campo familiar, en Benito Juárez, en 1981, y
adoptaron el modelo agropecuario reinante en la región, que en la
década del 90 tomó la forma de transgénico y agroquímicos.
Juan ceba mate.
Erna escucha atenta mientras prepara tostadas y Eduardo Cerdá
(ingeniero agrónomo asesor) contesta mensajes de texto. Juan explica
que en La Aurora nunca se utilizaron transgénicos, pero sí químicos
para la siembra de girasol. Al inicio eran pocos litros por hectárea,
pero las variedades iban cambiando (publicidad mediante con promesas
de mayores rendimientos) y cada vez se requería más cantidad para
controlar las llamadas “malezas” (plantas no deseadas). Primero
era solo una vez, luego también postsiembra; también había que
agregar fungicida y luego otro químico por la humedad. Terminaba
manipulando venenos todo el día. “No sabe cómo renegaba”,
recuerda Juan. Y así se fue volcando a la ganadería.
En 1997
comenzaron una transición a otro modelo, junto con Cerdá. “Es
simple. Producimos cuidando la tierra. Recibí el campo de mi padre y
quiero dejar uno mejor para mis nietos”, resume Kiehr.
Recorrida
El mate ya está
lavado. El sol asoma con fuerza e invita a recorrer el campo. Unos
cien metros de caminata hasta una galpón y un reliquia que asoma:
camioneta Ford 100 con medio siglo de transitar caminos.
Los tres arriba.
Toma por un lateral de la casa, un callejón con huellas bien
marcadas, alambrados de ambos lados y a los pocos minutos la primera
tranquera. Durante todo el recorrido, más de una hora, habrá una
docena de paradas. Juan y Eduardo bajan, miran con detenimiento la
cobertura del suelo (avena, vicia, trébol rojo, sorgo, entre otros).
Evalúan si está creciendo bien, si falta, se preguntan qué pasó
(para bien o para mal), toman puñados de tierra, lo observan, ven
cosas que el ojo urbano del periodista ni imagina.
Cada lote tiene
una historia y un seguimiento, todo escrito en una carpeta de tapa
negra que está sobre la guantera de la camioneta. Es la historia
clínica del campo. Qué se cultivo, cuándo se cosechó, cuándo
ingresaron animales a comer y todos los detalles de los últimos
veinte años.
El sol de
mediamañana está alto y atenúa el viento. La camioneta circula
cinco minutos y se observa una pradera de postal. Distintas
tonalidades de verde, vacas a lo lejos, ondulaciones en el terreno
con fondo de pequeñas lomas. Kiehr baja otra vez. Camina unos veinte
metros y vuelven a intercambiar con Cerdá, sobre cómo crecen los
cultivos, la humedad del suelo, cuándo entrarán los animales.
Juan explica que
en La Aurora son “esencialmente ganaderos” y que la agricultura
tiene como destino los animales. Aunque el trigo también implica
algún ingreso económico.
El principio de
funcionamiento es que el pasto que come la vaca se transforma en
bosta, que al mismo tiempo es alimento para el suelo, lo enriquece y
surgen nuevos pastos. El ciclo se reinicia. Eduardo señala que la
idea es que toda se coma de a pie, que el animal lo coseche, lo que
aminora los costos. También es fundamental tratar que siempre haya
cobertura en el suelo, un tapiz, que los protege del sol fuerte, de
los vientos, de la degradación.
Otra vez a la
F100. Unos minutos, atravesar otra tranquera y parada en el “lote
3″, que tiene avena con vicia. Explica que ahí entrarán animales
en pocos días. Eduardo le pregunta por el lote 1 y el 2. Juan
responde de memoria (sin mirar la carpeta). Piensan en voz alta qué
conviene sembrar luego de la entrada de animales.
La camioneta ya
circula a campo traviesa. Se escucha el raspar de las plantas debajo.
El sol se escondió y el viento frío se hace sentir. Pasa una perdiz
a lo lejos, Juan señala para el visitante la vea.
Eduardo Cerdá
explica que la vicia tiene la característica de unirse a bacterias
en sus raíces que toman nitrógeno del aire y lo incorpora al suelo.
Es nitrógeno biológico, más saludable que agregarle fertilizantes,
dinamiza todo lo que es la vida del suelo.
Cita un reciente
estudio de la Universidad de Buenos Aires que confirma que el
glifosato está degradando los suelos. También recuerda una
investigación del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria
(INTA), del 2015, que va en el mismo sentido. Juan sonríe: “Se
dieron cuenta tarde”.
Explican que no
hay fechas precisas de cuándo entran los animales en cada lote. “No
hay recetas”, afirma Juan. Se trata de mirar, andar en campo, ver
dónde hay pasto, cómo está, planificar.
La camioneta
continúa el andar. Uno de los lotes parece una cancha de fútbol
perfecta. Pasto de pocos centímetros, pleno crecimiento y lomas de
fondo. El vehículo toma por un lateral, bordea unos árboles y se
observan medio centenar de vacas. Pastos altos y de golpe Juan frena.
Mira bien por la ventanilla. Baja. Camina unos 30 metros (lo
seguimos). Casi escondido entre el pastizal, un ternero recién
nacido con su madre. Solo el ojo entrenado lo pudo ver a la
distancia.
Números
La Aurora son 650
hectáreas, pero la mitad es de bajos (zonas inundables, no aptas
para agricultura, y zonas pedregosas) y 700 vacunos. Tres
trabajadores (Juan y dos hombres más) y una referencia
agroecológica.
El gran mito (no
casual) que se instaló sobre la agroecología es que no es rentable.
“No tengo grandes necesidades. No tiene sentido hacer más dinero
tampoco (sonríe)”, arriesga Juan.
En La Aurora no
hay lujos económicos ni tampoco pesares. Las dos hijas de la familia
fueron a la universidad, en el campo se reponen herramientas
anualmente y cubren los costos sin sobresaltos. Juan y Erna no son
amigos de los créditos. Una sola vez tomaron uno (10 mil pesos, en
1992, luego de un tornado que destruyó la zona). “Prefiero comprar
cuando tengo el dinero y no antes de tenerlo”, explica Juan.
La
sistematización de datos durante diez años da cuenta de un promedio
de trigo de 3100 kilos por hectárea, sólo 200 gramos por debajo del
promedio de la zona con manejo convencional (de químicos). Con la
gran diferencia de menor gasto de insumos.
Los costos
directos por hectárea en la zona (en manejo convencional) es de 350
dólares por hectárea. En La Aurora es de 100 dólares por hectárea
(un ahorro de 250 dólares). Lo cual explica el margen bruto de
ganancias fue de 300 dólares (160 dólares por encima de los campos
convencionales de la zona).
Almuerzo
Juan y Erna se
levantan a las 8, desayunan y él sale a ver la vacas (en otoño, por
ejemplo, época de pariciones), recorre el campo, toma datos de los
lotes, cambia a los animales de cuadros y dos o tres veces por semana
va al pueblo por trámites y compras.
Hora del mediodía
y Erna espera con la mesa para cuatro. Estofado, fideos, pan casero,
aroma exquisito. Momento de hablar más relajado, del país, el paso
por Chaco (cuando se conocieron en la década del 70), el viaje que
hizo a Suiza a conocer a la familia de Erna, los nietos que viven en
Chascomús y en el extranjero, la política nacional y, claro, el
agro.
Juan llegó hasta
primer año de secundario, cuando una enfermedad (y luego el trabajo)
lo alejaron de las aulas. Es una prueba viva de que la sabiduría no
tiene necesaria relación con las aulas universitarias ni diplomas.
Eduardo y Juan se
conocen hace veinte años, pero se tratan de “usted”. Reconocen
que existe una imagen de que un “buen campo” tiene que haber solo
un cultivo, sin otras plantas. Recuerdan que cuando veía un cardo
decían “qué feo”. Sonríen al recordar que en La Aurora han
tenido trigo con cardos altos. El maquinista renegaba para cosechar,
pero no pasaba a mayores. “El cardo lo come el animal. El concepto
es que todo sirve. No reprimir a los yuyos con venenos porque eso
traerá otros problemas”, explica Eduardo y remarca otro concepto
de La Aurora y la agroecología: no a los monocultivos.
Explican que
agosto es el mes más crítico, cuando se define si llegan con el
pasto que hay para los animales o deben salir a comprar. Hasta ahora,
siempre se autoabastecieron.
Eduardo menciona
una tesis doctoral de la Universidad Nacional de La Plata (realizada
por María José Iermano), en la que se comparó campos
agroecológicos con otros del agronegocios, de la misma zona. La
Aurora se destacaba en sustentabilidad, producción y rentabilidad.
Juan se retira un momento y regresa con un libro de 300 páginas,
anillados, donde sistematizaron la experiencias de La Aurora. Muestra
un gráfico con distintas variables, prueba clara del trabajo (y
logros) en el campo agroecológico.
Decisiones
Eduardo resume
qué es La Aurora: “Esto es bien simple. Sembrar trigo, con
pasturas, siempre ‘asociado’, con trébol rojo, trébol blanco”.
El trébol aporta nitrógeno al suelo. Eduardo da toda una
explicación (que incluye el tema raíces, partículas, etc) digna de
clase de agronomía.
Relatan como
anécdota que un día se dijeron “no usamos más químicos” y lo
llevaron a la práctica. La gran pregunta que se impone es cómo
controlan las “malezas” (plantas no deseadas que tienen a
maltraer al agronegocios, con cada vez más uso de químicos).
Hicieron que otros cultivos “compitan” con las malezas y, sobre
todo, no enloquecieron cuando aparecía (o aparece) alguna planta no
deseada.
Reconocen que
nunca llegaron a tener un lote completamente libre de malezas, pero
eso no impactó en el rendimiento. Recuerdan visitas de otros
productores que se retiraban entre sorprendidos y cuasi horrorizados
por trigo con algo de malezas.
Lo único que no
han podido controlar es el senecio (pequeña planta con flor
amarilla). Están probando cortarlo, luego sembrarle arriba, pero no
le encuentran opción aún. Pero no desesperan.
Tampoco utilizan
fertilizantes químicos artificiales. “No son tan buenos como nos
decían. Inhiben el funcionamiento natural de las plantas e inhibe
procesos biológicos en el suelo. Y ahí dejamos totalmente los
fertilizantes”, recuerda Juan. Al mismo tiempo, claro, bajan
costos. También evitan los antibióticos para los animales y los
antiparasitarios (sólo las vacunas obligatorias por ley).
El cambio les
implicó leer, estudiar, practicar, prueba y error, equivocarse,
aprender.
La producción de
La Aurora bien puede entrar en la categoría “orgánica”, pero
ellos no hacen bandera de ese sello y no certifican porque es muy
caro y no están de acuerdo con el rol de esas empresas (un puñado
de compañías se encargan de, pago mediante, otorgar esa categoría).
Creen que el Estado debiera certificar de manera participativa, con
los productores locales y consumidores.
Eduardo agrega
otro concepto de la agroecología: “Hay que mirar, leer, probar. Y
se va haciendo investigación propia en el campo, qué fue mejor, qué
no. Es una agricultura de agricultores, no de empresarios, no de
recetas”. Nunca hay dos años iguales. “Cuando más leemos, más
nos damos cuenta de lo poco que sabemos”, sincera Juan.
Agronegocios
La Aurora está
rodeada de empresas. Décadas atrás conocían a los vecinos. Hoy son
compañías sin rostro. Incluso en un sector está lindero con campos
de soja, que fumigan hasta adentro del campo de Juan y Erna.
“Considero que
es una obligación del hombre de campo producir alimentos sanos. Y
cundo uno más lee hoy día queda claro las consecuencias que tiene
el uso de todos estos químicos. Más lees, y más te convencés que
estamos en el camino correcto, producir sano”, afirma Juan.
Es muy medido al
hablar. Explica que el agronegocios no es para él, que quería algo
más “tranquilo” y “sano”. “Yo puedo decir que recibí este
campo por herencia y no quiero dejar un cadáver para mis nietos. El
otro sistema deteriora el campo, por eso opté por este sistema”,
remarca.
Lamenta que haya
una generación de productores que no sepa de otro modelo. “No
saben lo que es el perfume que tiene la tierra sin veneno”, afirma.
Señala que no saben que luego de una palada en la tierra tiene que
haber lombrices, microorganismos, vida.
Juan Kiehr resume
lo que vio las últimas décadas en en sudeste bonaerense:
“Evidentemente el modelo ha dejado mucho dinero en ciertos
sectores. Cambió la forma de pensar de la gente, la soja nunca había
tenido ese precio tan exorbitante ni gasoil barato. Ahora ya no saben
hacer agricultura sin venenos”.
Tiempos
¿Cuándo demanda
hacer el cambio de modelo? Es una de las preguntas que se impone cada
vez que cuentan la experiencia agroecológica.
Y una respuesta
no apta para facilismos: no hay recetas. Cada campo (y cada zona)
tiene sus particularidades y tiempos. Pero Eduardo Cerdá intenta una
aproximación: “Los resultados pueden ser muy rápidos. La baja en
el uso de insumos lo ves rápido, bajás costos. Después el campo va
ir llevándonos según las posibilidades en más o menos tiempo.
Primero se recupera fertilidad para luego lograr mejores
rendimientos”.
La clave es no
tener nunca el suelo desnudo, pelado. Cualquier calor lo seca, los
bichos-micro organismos desaparecen, no hay vida y el ciclo
beneficioso desaparece. Se impone rápido la imagen de campos de soja
postcosecha, pelados, grises, sin nada de verde ni vida.
FAO
El organismo de
Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO)
seleccionó experiencias de agroecología a nivel mundial. La Aurora
fue una de las destacadas. “El reemplazo de insumos por procesos
ecológicos permitió disminuir sustancialmente el uso de insumos y
con ello bajar los costos y mejorar el margen de ganancia”.
La FAO destaca
que el campo logró aumentar la biodiversidad de cultivos, “mejoras
importantes” en la fertilidad biológica del suelo, evitar riesgos
de contaminación, no usar fertilizantes nitrogenados ni herbicidas,
y se mantuvieron los niveles de producción. En las conclusiones
destaca “el mejoramiento de las propiedades del suelo, a través de
una mejor cobertura en cantidad y diversidad, un aumento de los
procesos de fijaciones biológicas (nitrógeno y carbono). Logró
menor dependencia de insumos, menores costos mejorando el margen de
ganancia, disminuyendo los riesgos económicos y ambientales”.
En resumen, hasta
la FAO lo reconoce: la agroecología es rentable a gran escala y
tienen más beneficios que el agronegocios.
Juan, Erna y Eduardo tomaron el escrito de la FAO como un reconocimiento a años de trabajo en soledad, cuando eran señalados con desconfianza por otros productores y técnicos. En un futuro cercano proyectan dejar más espacios para plantas, árboles, cordones verdes; que son refugio para insectos y animales. Eduardo Cerdá remarca que la bibliografía tradicional de las facultades de agronomía no enseña sobre la importancia de la diversidad, pero aclara que la agroeocología y la biodinámica sí lo dicen, como también el conocimiento de campesinos e indígenas, que siempre dejaban rincones de campo sin tocar.
La última
pregunta de sobremesa: ¿Se puede replicar La Aurora?
Juan sonríe:
“Confío mucho en los jóvenes, ya hay un convencimiento de que el
otro sistema no es bueno, hay venenos y afectan la salud. Entonces
ven este otro modelo y lo agarran con los brazos abiertos. La
agroecología tiene un gran futuro”.
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