domingo, 11 de diciembre de 2016

Castle Bravo: así fue el olvidado "tercer ataque nuclear" contra Japón

La cabeza de uno de los tripulantes del pesquero Daigo Fukuryu Maru, el 7 de abril de 1954

Las pruebas de armamento atómico en plena Guerra Fría también se cobraron víctimas como en el caso del proyecto Castle Bravo, que tuvo lugar en el Pacífico.

por Juan Soto Ivars

Si pensamos en la devastación de la bomba atómica, Hiroshima y Nagasaki nos vienen inmediatamente a la cabeza, pero no son los únicos escenarios donde esta tecnología perversa produjo víctimas humanas. La detonación de Little Boy y Fat Man, de uranio la primera y de plutonio la segunda, causó en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial alrededor 325.000 muertes, aunque nunca habrá consenso sobre las cifras. Sus isótopos radiactivos causaron varias decenas de miles más en los años siguientes. Cada año se recuerdan esos días de agosto, y la memoria de la devastación vuelve a ocupar los periódicos de todo el mundo. Pero en los años siguientes, durante la carrera armamentística de la Guerra Fría, otras bombas menos conocidas y más poderosas harían su aparición, y también dejarían víctimas.

Entre 1945 y 1968, momento en que se acordó suprimir los test nucleares al aire libre, se probaron cientos de dispositivos nucleares en la superficie, la atmósfera y el océano. Los gobiernos de Estados Unidos y de la URSS elegían lugares despoblados, desde zonas remotas de Siberia a los atolones del Pacífico Sur. La propaganda de las súper-potencias aseguraba que estas pruebas cumplían todos los requisitos de seguridad, pero esto era totalmente falso.

El dragón afortunado
En 1954, los pescadores del barco japonés Daigo Fukuryū Maru (Dragón afortunado) se llevaron una sorpresa tremenda cuando faenaban en busca de atunes en las aguas del Pacífico Sur. Sobre las siete de la mañana vieron un resplandor blanco por el oeste, como un segundo sol, y ocho minutos después oyeron el bramido de una inmensa detonación. Más tarde aparecieron nubes que se dirigían hacia ellos a toda velocidad, y pese a que era un día caluroso empezó a caerles encima algo que parecía nieve. Eran lascas diminutas de una sustancia blanca. Los pescadores la recogían de la cubierta con sus propias manos, se la sacudían de los hombros y de la cabeza, no habían visto nada igual en toda su vida. Ignoraban que se trataba del coral pulverizado que había lanzado a la atmósfera la detonación de una bomba termonuclear norteamericana durante las pruebas Castle Bravo a muchas millas de distancia. Les estaba cayendo encima un atolón desintegrado. Era una sustancia altamente radiactiva.

Las pruebas de Castle Bravo experimentaron el poder de la bomba de hidrógeno, un aparato muy diferente a la bomba atómica, que tenía base teórica pero parecía imposible de realizar. Richard Garwin, estudiante de Enrico Fermi, diseñó el primer prototipo, un artefacto que en nada se parecía a una bomba. Era un edificio gigantesco, un complejo laboratorio donde los tubos enormes rodeaban con flujos de hidrógeno el núcleo de explosión nuclear. El calor liberado por la fisión del uranio, similar al de la bomba de Hiroshima, lograría la fusión del hidrógeno circundante en una reacción termonuclear muy parecida a la del sol. Es decir: era una bomba cubriendo otra bomba. Se denominó a la técnica fisión-fusión.

La detonación del edificio-bomba se programó a finales de octubre de 1952 y borró del mapa la isla de Elugelab del atolón Enewetak, dejando en su lugar un cráter de 2 kilómetros de diámetro que fue engullido por el mar. Se había bautizado el aparato como Ivy Mike, y su único cometido era demostrar si se podría conseguir esta reacción. Tras el éxito del experimento (el hongo atómico alcanzó la estratosfera), los ingenieros trabajaron para lograr un prototipo que los aviones bombarderos pudieran llevar hasta Moscú en la estrategia de disuasión. Dos años después se consiguió la proeza técnica, pero cometieron un error gravísimo: el primer artefacto, bautizado como “El Camarón”, triplicó la potencia que habían calculado los científicos y alcanzó los 15 megatones.

¿Cuáles fueron los efectos de este error? De entrada, “El Camarón” sería la mayor explosión atómica al aire libre provocada por los Estados Unidos en toda la historia de la carrera armamentística, sólo superada por la bomba de hidrógeno soviética Zar, cuya historia, de terribles consecuencias para la paz mundial, quizás merezca otro artículo más adelante. Pero además, el radio de los efectos contaminantes del test nuclear excedió en mucho el perímetro de seguridad calculado por los científicos. Como consecuencia, varias islas del atolón de Bikini quedaron expuestas a la contaminación. El ejército había evacuado a los nativos de algunas islas, pero el viento arrastró los residuos radiactivos hasta los nuevos emplazamientos, y siguió esparciéndolos a lo largo de la atmósfera y del mar mucho más allá del círculo de aguas seguras ideado en las sesiones teóricas.


La explosión del “Camarón” tuvo lugar el 1 de marzo de 1954 (en el vídeo se puede ver alrededor del minuto 2:55). Horas después, la lluvia de coral radiactivo alcanzaba al barco japonés Dragón Afortunado, con veintitrés pescadores a bordo y una carga de atún que quedaría tan contaminada como ellos. Alarmados, los marinos pusieron rumbo en sentido contrario al resplandor que habían visto, pero la velocidad del barco no era suficiente y pasaron varias horas navegando por aguas muy contaminadas, bajo la nevada constante de ceniza venenosa. Lavaron con agua sus ropas, la cubierta y el pescado de las bodegas, una medida insuficiente. Empezaron a enfermar de inmediato. Varios estaban en estado grave cuando el Dragón Afortunado arribó a puerto en Japón, el 14 de marzo. Muchos habían perdido el cabello, sufrían náuseas, sangrado de encías y otros síntomas bien conocidos para los médicos japoneses.

Pero Japón no recibió el aviso del gobierno norteamericano, que según parece ignoraba el episodio. Cuando los médicos japoneses examinaron a los tripulantes del Dragón Afortunado, su carga de atún radiactivo ya se había distribuido. La noticia conmocionó a los mercados, que dejaron de comprar atún a Japón, de modo que su economía de posguerra sufrió un revés importantísimo. Uno de los pescadores, Kuboyama Aikichi, moría el 14 de septiembre. Buena parte de la sociedad nipona interpretó su muerte como un acto de guerra.

Aquello fue el comienzo de un movimiento anti-nuclear en Japón que lograría que las pruebas atómicas estadounidenses contemplasen posibles imprevistos como el de Castle Bravo. El gobierno norteamericano indemnizó a los 22 marineros supervivientes, muchos de los cuales morirían en los años siguientes, pero blindó el acuerdo para que Japón no pudiera exigir futuras indemnizaciones, ocurriera lo que ocurriera.

Hoy el barco, ya descontaminado, está expuesto en un museo en Tokio. Un cartel reza: "el tercer ataque nuclear contra Japón, tras Hiroshima y Nagasaki".

Fuente:

No hay comentarios:

Publicar un comentario