La
carrera armamentista y los fanatismos ponen al mundo en un riesgo de
estallido atómico nunca visto desde la Guerra Fría.
Madrid.
La historia se repite en cámara lenta. En 1962, la crisis de los
misiles en Cuba tuvo al mundo durante 13 días al borde de la
destrucción, con Estados Unidos y la Unión Soviética lanzados a
una confrontación que pudo desatar una guerra nuclear a gran escala.
Ahora
la alarma del apocalipsis vuelve a sonar, menos urgente, pero siempre
amenazante: científicos y expertos en geopolítica advierten que
nunca desde el fin de la Guerra Fría existió una probabilidad tan
alta de catástrofe atómica.
Se
combinan múltiples hipótesis de conflicto. Al tope de la lista
figura la actitud desafiante del régimen norcoreano de Kim Jong-un,
sumado a la incertidumbre sobre cómo manejará Donald Trump el botón
nuclear. Pero también preocupan el rearme de la Rusia de Vladimir
Putin, la inestabilidad política en Paquistán -con la opción
latente de que grupos extremistas accedan a armas devastadoras- y las
dudas sobre el futuro del pacto de no proliferación firmado con
Irán.
Aparte
de los factores políticos crece el riesgo de una guerra por
accidente. Los sistemas informáticos de comando y control del
armamento aumentan el riesgo de errores de interpretación o de
infiltraciones de programas malignos que provoquen ataques
inesperados, como alertó esta semana el Instituto de Investigación
sobre el Desarme de las Naciones Unidas.
A
principios de 2017, nueve Estados poseían un total de 15.395 armas
nucleares, de las cuales 4120 están desplegadas y listas para ser
disparadas, según datos de la Federación Americana de Científicos.
Es la cifra más baja desde el fin de la Guerra Fría. Pero con las
bombas atómicas no se trata únicamente de cantidad. El verdadero
peligro es que quienes las poseen consideren imaginable usarlas.
Entonces
las cifras se vuelven desalentadoras. El ritmo de reducción de
arsenales se ralentizó en los últimos años. Rusia y Estados Unidos
-que tienen el 93 % de las bombas- aprobaron millonarios planes de
modernización. Los otros siete países trabajan en el desarrollo de
misiles capaces de transportar ojivas nucleares. China, India,
Paquistán y Corea del Norte están además aumentando su stock.
"La
posibilidad de una catástrofe nuclear hoy es la más grande desde la
crisis de los misiles en Cuba", alertó esta semana William J.
Perry, ex secretario de Defensa de Estados Unidos.
Es
una inquietud extendida. El Boletín de Científicos Atómicos (BCA)
creó hace 70 años el Reloj del Apocalipsis, que marca cuán próxima
está la humanidad de la destrucción. Este año movió las agujas
hasta dejarlas a dos minutos y medio de la medianoche, metáfora del
fin de la historia. Nunca estuvo tan cerca desde 1953.
"El
lenguaje amenazante e irresponsable que se usa en el mundo, y
especialmente en Estados Unidos, para hablar de las armas nucleares,
más el creciente desprecio por las opiniones profesionales son
motivos que elevan el riesgo hasta una situación real y
preocupante", señala Rachel Bronson, directora ejecutiva del
BCA.
El
pulso de Trump a la hora de lidiar con la amenaza nuclear se pone a
prueba con el desafío de Corea del Norte, embarcado en un programa
para desarrollar misiles de larga distancia capaces de transportar
cabezas atómicas hasta la costa oeste de Estados Unidos.
Los
recientes ataques norteamericanos en Siria y en Afganistán se
interpretaron como una señal al dictador Kim. Apenas después Trump
anunció que había enviado a la península coreana una flota
encabezada por el portaaviones nuclear USS Carl Vinson, en respuesta
al anuncio del régimen de Kim de una nueva prueba de misiles.
"Corea
del Norte es un régimen cuya pervivencia depende de ser muy agresivo
en su postura. Tiene armas nucleares y es cuestión de tiempo que
tenga capacidad de atacar", sostiene Félix Arteaga,
investigador del Real Instituto Elcano, experto en seguridad y
defensa.
Destaca
un factor que hace difícil moderar a Kim. La guerra de Libia -en la
que murió el dictador Khadafy- y el avance ruso en Ucrania pusieron
fin a una lógica que funcionó durante décadas con proliferadores
eventuales: las grandes potencias ofrecían no intervenir en
regímenes autoritarios a cambio de que abandonaran sus programas
nucleares. A Kim todo lo invita a seguir intentándolo. Trump
abandonó la "paciencia estratégica" de Barack Obama y
quiere forzar a los chinos y rusos a intervenir en el régimen
norcoreano.
Shannon
Kile, experto del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de
Estocolmo, ve difícil un paso atrás de Kim: "Hoy todos los
países que poseen armas atómicas priorizan la disuasión nuclear
como la base de su estrategia de seguridad nacional".
Durante
la Guerra Fría rigió la doctrina de la destrucción mutua
asegurada, un mecanismo de contención basado en la certeza de que ni
Estados Unidos ni la Unión Soviética quedarían en pie en caso de
un enfrentamiento nuclear.
Arteaga
cree que esa lógica es menos clara ahora. "Funcionaba con
actores racionales, que tenían mucho que perder. Pero ahora hay
otros protagonistas en el tablero."
No es
sólo Kim. En Paquistán -tiene entre 110 y 130 bombas nucleares- la
inestabilidad del gobierno y la presión del extremismo islámico
potencian las alarmas. Los servicios de inteligencia occidentales
tienen la preocupación de que el terrorismo consiga capacidad
atómica. Por eso se invirtió tanto en alcanzar un acuerdo con Irán
en 2015 para que congelara su programa de enriquecimiento de uranio.
De lo
que pase en Irán, en Paquistán y en Corea del Norte depende una
nueva era de proliferación. Los países del Golfo Pérsico y sobre
todo Japón y Corea del Sur se plantean desarrollar armas atómicas
como forma de blindarse ante sus enemigos.
Otra
carrera armamentística expondría al mundo a que la repetición de
Hiroshima sea una hipótesis menos descartable. Sólo que su escala
sería inimaginable. Cada uno de los 440 misiles intercontinentales
Minuteman III que Estados Unidos tiene en alerta en bases del medio
oeste norteamericano carga una ojiva 30 veces más poderosa que la
bomba que destruyó la ciudad japonesa en 1945.
Pyongyang
provoca a China, su gran aliado
Corea
del Norte advirtió ayer a China de "consecuencias
catastróficas" en sus relaciones bilaterales después de que el
país vecino y tradicional aliado endureció sus sanciones contra
Pyongyang, aunque sin referirse de forma directa a Pekín.
En un
comentario difundido por la agencia estatal de noticias KCNA ese
país, según el artículo, "está diciendo tonterías"
sobre "su capacidad para preservar la seguridad de Corea del
Norte y de ofrecer la ayuda necesaria para su prosperidad económica",
además de sugerir que Pyongyang "no sobrevivirá a las
estrictas sanciones económicas aplicadas".
En
otra clara alusión a China, el comentario señala que el país
vecino "apoya ahora a Estados Unidos, que antes era su rival, a
raíz de los desarrollos del programa nuclear y de misiles de la
DPRK".
Fuentes:
Martín Rodríguez Yebra, Apocalipsis nuclear: vuelve a sonar la sirena de una catástrofe, 23/04/17, La Nación.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Castle Bravo", del artista Martin Breedlove. La Operación Castle fue una serie de pruebas nucleares de alta energía, que Estados Unidos realizó en el atolón de Bikini en marzo de 1954.
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