por
Mempo Giardinelli
El
sábado pasado, mientras PáginaI12 informaba sobre la peor
inundación en Salto, con mil evacuados, un artículo en La Nación
reducía así el problema agrario nacional: “Se elevó a un millón
de hectáreas la superficie perdida del cultivo de soja como
consecuencia de los excedentes hídricos de los últimos meses”.
En
esos meses, no casualmente, se inundaron ciudades como Pergamino,
Concordia y ahora mismo General Villegas y pueblos aledaños, lo que
contribuye a trazar el más grande drama nacional contemporáneo, aún
no admitido por autoridad alguna: la superficie cultivable perdida en
todo el país es muchísimo mayor que ese millón sojero, y alcanza,
ya, una dimensión trágica.
El
desastre que implica el actual récord histórico de lluvias,
tormentas feroces, desbordes de ríos y canales, y cauces de aguas
incontenibles, afecta en estas mismas horas a la provincia de Tucumán
y a decenas de ciudades cordobesas, santafesinas, santiagueñas,
entrerrianas, bonaerenses y pampeanas, y viene a sumarse a las ya
habituales y muy dañinas inundaciones que cada tanto afectan al
Chaco y a Formosa; a los recientes aludes y descalces de ríos en
Salta y Jujuy, e incluso, ahora mismo, al desbarajuste climático
también en la Patagonia, donde Comodoro Rivadavia, Viedma y otros
puntos empiezan a sentir efectos indirectos, como lo sintieron hace
poco Mendoza y La Pampa.
Pero
lo más asombroso, lo verdaderamente fenomenal e increíble, no es
que esta calamidad suceda en casi todo el territorio argentino. Lo
verdaderamente condenable es que no hay explicaciones sinceras. No se
lee ni se confiesa la causa profunda del desastre que ensombrece el
futuro de nuestro país. Y que no se llama “cambio climático”
como mienten el Presidente Macri y sus secuaces. Se llama SOJA, que
es el poroto productor del desastre agrícola argentino, y cuyos
promotores y beneficiarios son los responsables de este crimen de
lesa ecología, para el que cuentan con la infaltable contribución
de un Estado bobo en manos de funcionarios corruptos. Así nomás.
¿Por
qué semejante aseveración? Porque la Argentina fue un territorio
privilegiado por la Naturaleza, en el que, históricamente, cada
hectárea de bosque consumía entre 1800 y 2200 milímetros por
año/hectárea. A la vez, las pasturas consumían entre 800 y 1200
milímetros de agua/año/hectárea. Esto garantizaba la absorción de
lluvias en proporciones entre ideales y adecuadas.
La
soja, en cambio, apenas consume entre 400 y 600 milímetros de
agua/año/hectárea. De donde es obvio que si en dos décadas 10
millones de hectáreas pasaron de la ganadería al monocultivo y
dejaron de absorber agua en aquella proporción equilibrada, las
napas freáticas sólo pueden subir. Que es lo que viene sucediendo
en la hasta hace poco llamada pampa húmeda, donde históricamente
las napas estaban a 10 o 15 metros bajo la superficie, pero ahora
están a sólo un metro o incluso menos...
Así
la Naturaleza, al no poder absorber más agua, la exporta a ríos,
lagunas, arroyos y cunetas y, cuando llueve mucho, a los
conglomerados urbanos. Que es lo que está sucediendo hoy en la
Argentina. Por obra de tipos avorazados y no por “cambio
climático”.
Lo he
podido comprobar en las últimas semanas, llevado por trajines
diversos a Mendoza, Tucumán, el centro y sur de Córdoba, el
interior del Chaco profundo, toda la larga geografía de Santa Fe y
buena parte de las llanuras bonaerenses. Es fácil ver los efectos de
las lluvias macondianas que se desatan casi a diario sobre todo el
territorio nacional. Y que en cada caso se suman a las que llegan de
otros distritos, porque cuando el agua sumerge una ciudad o un campo
la estúpida “solución” es romper rutas, puentes y bardas para
que el agua corra y joda al distrito vecino, con lo que los daños se
extienden y no pueden siquiera ser bien estimados.
La
soja se ha convertido por lejos en la principal exportación de este
país, con tres consecuencias grotescas: a) ser la más fabulosa
fuente de ganancias de apenas un centenar de empresarios, banqueros y
amigos del poder; b) ser una fuente de corrupción porque ha
necesitado de la vista gorda de miles de funcionarios de todos los
niveles a lo largo de más de 30 años y los necesita ahora mismo, y
cada vez más, para profundizar el engaño: y c) es la mayor
desgracia de millones de argentinos y argentinas que padecen los
efectos devastadores de esta planta explotada brutalmente.
Han
sido unas cuantas corporaciones nacionales y extranjeras, y puñados
de ex banqueros, políticos y corruptos varios, quienes junto con
empresarios del llamado “campo” en los últimos 20 años, y de
manera bestial, se forraron de dólares generando un crecimiento
irresponsable del cultivo de la soja, devastando para ello los
fabulosos bosques de riquísimas maderas que tenía nuestro país.
Defecaron sobre leyes y controles, corrompieron en todos los
gobiernos y talaron y deforestaron provincias enteras. Y además,
mintiendo y atropellando comunidades enteras, expulsaron y
desarraigaron a decenas de miles de familias que hoy se arraciman en
las villas miseria de todos los conurbanos.
Pero
eso no es todo, porque, adicionalmente, la acción de estos tipos con
la soja indirectamente ayudó a la expansión de diversos tipos de
cáncer. El paso de esas 10 millones de hectáreas de bosques y de
pastoreos al monocultivo sojero, ha significado, además, la
volcadura de unos 100 millones de litros de veneno sobre el
territorio argentino, lo que según algunos estudios produjo a lo
largo de 20 años por lo menos una duplicación de la media nacional
de cáncer.
Permanentemente
veo escuelas fumigadas, chicos enfermos en lo que era El
Impenetrable, en la otrora Cuña Boscosa santafesina que es hoy poco
menos que un desierto; en la devastada Santiago del Estero, o en ese
país de algarrobos y especies preciosas que era Córdoba, provincia
hoy vaciada de árboles en más del 95 por ciento de su territorio.
Obviamente,
los lectores/as de esta nota saben que no faltarán los necios que
difundirán que este texto exagera. Eppur si muove.
Fuente:
Mempo Giardinelli, Lluvias, inundaciones y soja en tiempos de cólera, 17/04/17, Página/12.
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