La
gran paradoja es que el presidente de Estados Unidos va a dañar gravemente
los intereses de su propio país saliendo del acuerdo climático.
por Juan
López de Uralde
Esta
vez el mundo no va a esperar a Estados Unidos. Cuando más visible es
el impacto del cambio climático, no es momento de parar la acción.
Aunque Trump quiera bajarse del Acuerdo de París, la comunidad
internacional va a seguir adelante. Este, y no otro, fue el consenso
en la Cumbre celebrada en Marrakech a los pocos días de la elección
de Donald Trump. Aquella reunión estuvo marcada por el impacto que
causó esta elección, pero a diferencia de anteriores ocasiones, la
reacción unánime fue la de que había que seguir adelante con los
Acuerdos de París para frenar el cambio climático,
independientemente de quien se sentara en el despacho oval.
El
daño principal de la decisión de Trump afecta a los propios Estados
Unidos, sus empresas y su sector energético, que pueden verse fuera
del movimiento mundial y tecnológico que impulsa el cambio de modelo
energético. Por ello no es casual que se haya producido una rebelión interna liderada en esta ocasión por las empresas americanas, y no
por organizaciones ecologistas, preocupadas por el impacto en sus
negocios. La gran paradoja es que Trump, que acuñó eso de “el
cambio climático es un invento chino para perjudicar a América”,
va a dañar gravemente los intereses de su propio país saliendo del
acuerdo climático.
Estados
Unidos es el negociador más influyente en las cumbres del clima.
Desde que en 1992 en Río de Janeiro, jefes de Estado del mundo
entero se pusieran de acuerdo en la necesidad de hacer frente al
cambio climático de origen antropogénico, Estados Unidos ha formado parte en
todo el proceso negociador. Quizás por eso la lucha contra el cambio
climático no haya sido demasiado efectiva: a lo largo de estos años
Washington ha puesto muchos palos en las ruedas.
Cuando
en 1997 se firmó el Protocolo de Kioto, el entonces vicepresidente,
ahora figura relevante en la lucha por el clima, Al Gore, no
consiguió su ratificación. Sin embargo, en aquella negociación, la
Unión Europea sí jugó un papel de liderazgo que hizo posible que
Kioto saliera adelante. El actual abandono por parte de Trump puede
suponer una oportunidad para Europa, que puede recuperar el liderazgo
ambiental que perdió en la fallida Cumbre de Copenhague.
Tras
el fracaso de Copenhague, París sí consiguió poner de acuerdo a la comunidad internacional en un compromiso de reducción de emisiones.
La presencia de Estados Unidos en el acuerdo fue uno de los motivos
para el optimismo: por primera vez parecía sumar sin condiciones al
pacto global.
Recordemos
que Estados Unidos ha sido durante muchos años el país más
contaminador del mundo. Con una economía basada en los combustibles
fósiles, sólo el desbocado crecimiento de China impulsado por el
carbón le hizo perder ese dudoso honor.
Motivos
ambientales, pero también económicos y sociales, están propiciando
el cambio de modelo energético, y el avance parece imparable. Esto
explica el nerviosismo de las empresas norteamericanas por la
decisión de Trump. Es una mala noticia para el planeta que Estados Unidos
abandone París, pero en esta ocasión la comunidad internacional ha dicho alto y claro que el cambio de modelo es irreversible. El mundo
no se va a parar para que Trump se baje; pero si quiere hacerlo, la
inercia le hará estamparse.
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Fuente:
Juan López de Uralde, El planeta no puede esperar a Trump, 02/06/17, El País. Consultado 02/06/17.
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