por Antonio Elio
Brailovsky
Queridos
amigos:
De las distintas
épocas de la historia, la nuestra es la que ha profundizado más la
distancia entre naturaleza y cultura.
Vivimos en una
sociedad que nos enseña a olvidar nuestra pertenencia a la
naturaleza de la que provenimos y que nos sustenta.
No se trata de un
error, sino de un condicionamiento ideológico: los que lucran con la
destrucción de nuestro medio natural son los mismos que prefieren
que dejemos de tenerlo en cuenta y nos transmiten continuamente ese
mensaje. Por eso postergan el tratamiento de la Ley de Humedales y no
quieren cumplir la de Bosques ni la de Glaciares.
Del mismo modo,
la única manera de tratar de que la gente acepte dos nuevas
centrales atómicas es negando la importancia de ese medio natural al
que los residuos radiactivos amenazarán durante cientos de miles de
años. Tratan de hacernos creer que la naturaleza es algo que ocurre
lejos y no en nosotros mismos.
En cambio, la
defensa de esa naturaleza requiere conocerla y además percibirla.
Por eso nuestra
insistencia en recordar una y otra vez los ritmos de la naturaleza.
Quiero contarles,
además, que la editorial Capital Intelectual (del grupo de Le Monde
Diplomatique) acaba de publicar mi libro “La guerra contra el
planeta”, en el que analizo una serie de estudios de caso de
desastres ambientales en distintos contextos históricos. El libro
analiza los siguientes casos:
La Peste Negra en la Europa medieval.
La destrucción de los ecosistemas agrarios de los pueblos originarios de América por los conquistadores.
El hundimiento de la Ciudad de México.
La degradación ambiental de la isla de Pascua.
El impacto ambiental de la actividad militar en tiempos de paz.
Los huracanes que afectaron Nueva Orleans en 1927 (descripto por William Faulkner) y 2005 (huracán Katrina).
La tragedia amazónica.
El estallido de una fábrica de plaguicidas en Bhopal, India.
La cara oculta del extractivismo.
Cianuro y gran minería.
La economía de la soja.
Explota la central atómica de Fukushima
En esta entrega,
ustedes reciben:
Un recuerdo infantil del anarquista ruso Pedro Kropotkin (1842-1921), en el que cuenta su deslumbramiento al descubrir la vida en un bosque. Kropotkin cuestiona la teoría de la evolución de Darwin, a la que considera basada exclusivamente en la competencia y que había sido usada como justificación “natural” del imperialismo británico. En su obra “El apoyo mutuo”, Kropotkin ofrece una teoría de la evolución que integra los fenómenos de simbiosis, es decir, de cooperación entre organismos de especies diferentes. Heredero de una familia rica, rechazó su posición económica para unirse a las luchas sociales. Escribió muchos de sus libros mientras estaba preso por expresar sus ideas.
La tapa de mi libro “La guerra contra el planeta”. Y el contacto con el editor para quienes quieran adquirirlo.
La obra de arte que acompaña esta entrega es “El engaño de las riquezas” de la pintora inglesa Eleanor Fortescue-Brickdale (1872 - 1945). Pertenece a la escuela prerrafaelita y nos muestra la música, las joyas, las sedas y las flores de la misma vida de apariencias que rechazó Padro Kropotkin para encontrarse con el bosque y con el pueblo.
Quiero saludarlos en el comienzo de la primavera. Y del otoño para los amigos del Hemisferio Norte.
Un gran abrazo a
todos.
Antonio Elio
Brailovsky
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Primavera en el
bosque
Pedro Kropotkin
Pasada Kaluga,
teníamos que atravesar una extensión de cinco millas cubiertas de
un hermoso bosque de pinos, cuyo recuerdo ha quedado impreso en mi
memoria como uno de los más gratos de mi infancia. El suelo era
arenoso, como el de un desierto africano, y todos nos veíamos
forzados a recorrerlo a pie, mientras que los caballos, deteniéndose
a cada momento, arrastraban penosamente los coches por la arena.
Cuando yo era mayor, gozaba en dejar la familia atrás y cruzarlo
solo. Inmensos pinos rojos de centenares de años se elevaban por
todas partes, no llegando a nuestro oído más rumor que el producido
por tan soberbios árboles. Al pie de un pequeño barranco murmuraba
un manantial de agua pura y cristalina, y un caminante había dejado
allí, para uso de los que vinieran después, un cubilete, hecho de
corteza de abedul, con un palito clavado en él, como mango. Sin que
se interrumpiera el general silencio, subía una ardilla al árbol, y
la maleza se presentaba tan misteriosa como el alto ramaje. En aquel
bosque nacieron mi primer amor a la naturaleza y mi primera y confusa
percepción de su interesante existencia.
(Pedro Kropotkin,
ruso (1842-1921): “Memorias de un revolucionario”)
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Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, Los ritmos de la naturaleza - La primavera, 21/09/17, Defensoría Ecológica.
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