Escándalo
diésel, cambio climático, especies en extinción. ¿Quién hace
algo al respecto? Tras abandonar la ONU, Christiane Kliemann nos da
una muestra de cómo se pueden obtener ganancias a pesar de la
ausencia de lujos.
por Karin Jaeger
Christiane
Kliemann es una persona adorable y tiene firmes convicciones. Esta
mujer de 50 años recomienda no usar envases plásticos a la hora de
comer y ofrece soluciones: cada trabajador debería tener su propia
taza para reutilizarla en la máquina de café, por ejemplo.
Técnicamente, esto es posible desde hace mucho tiempo, pues la
máquina detecta si una taza está debajo de la boquilla del surtidor
o no.
Kliemann dejó de
usar plástico. Hace años que no utiliza automóvil, se niega a
viajar en avión y dejó su bien remunerado cargo en la Secretaría
de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (CMNUCC).
Christiane, madre de cuatro hijos, se mudó de una espaciosa casa en
una zona privilegiada de la ciudad a un remolque. "Creo que
todos sienten una profunda necesidad de llevar una vida significativa
y todos desean contribuir con algo valioso a la sociedad y su
entorno", dice.
Con esta
determinación, la experiodista presentó una solicitud laboral ante
la ONU, pero pronto se dio cuenta de que allí ciertos temas eran
tabú, como preguntar si el medio ambiente y la humanidad se
beneficiaban del "crecimiento económico y las estructuras
capitalistas". Tuvo una experiencia clave en 2012. La comunidad
internacional hizo un balance en Río de Janeiro de cuánto se había
progresado en los últimos 20 años con respecto al cambio climático
y la biodiversidad. "Me alarmé al constatar que las condiciones
habían empeorado en todas las áreas, pero en vez de decir hemos
cometido errores y estamos abriendo nuevos caminos, los responsables
políticos postergaban su decisión para evitar seguir perjudicando
el sistema".
La ahora
activista medioambiental hace mención de las emisiones en constante
aumento y de la decisión del Gobierno federal alemán, en 2009, de
premiar el desguace de autos antiguos. En ese momento, los
propietarios de automóviles recibían un premio "medioambiental"
por desechar su viejo automóvil, incentivando así la compra de
nuevos modelos, menos contaminantes. "Se produjo mucha chatarra,
residuos de energía y se gastaron recursos en la producción de
automóviles modernos", dice Kliemann.
Según ella, el
miedo y las razones por las que la economía podría colapsar hacen
que las personas actúen cada vez más rápido para mantenerla en
funcionamiento. Sin embargo, el ejemplo de Grecia demuestra que un
caos social y la pobreza son el resultado de esta aspiración de
crecimiento no satisfecha. Pero detener el crecimiento no es la
solución, sino la transformación completa del sistema: el
decrecimiento o post-crecimiento son los enfoques para un cambio que
toma en cuenta las necesidades generales, la justicia social y la
sostenibilidad ambiental.
Para
contrarrestar la escasez de recursos, la contaminación y la pobreza,
los partidarios del decrecimiento exigen una mayor fiscalización a
los viajes aéreos y al consumo de energía y materias primas, además
de la eliminación de privilegios fiscales para empresas
concesionarias de automóviles y la expansión tanto del transporte
público como de las ciclovías. A cambio, la economía local debe
promoverse fiscal y legalmente, las áreas verdes deben conservarse y
en las guarderías y escuelas la educación ambiental debería
reforzarse.
Estas medidas,
cree Kliemann, tienen como efecto colateral una contracción
económica. "Solo podemos hacer el cambio si alejamos el
pensamiento competitivo y aprendemos a pensar en solidaridad y
cooperación", apunta la ambientalista.
Fuente:
Karin Jaeger, Decrecimiento: es hora de cambiar el mundo, 04/02/18, Deutsche Welle. Consultado 05/02/18.
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