Gustavo Zarrilli
conversa sobre cuestiones ambientales, desde el vínculo hombre-naturaleza hasta la salida de Trump de la última cumbre
climática.
Calentamiento
global, inundaciones, deforestación, sequías y contaminación
constituyen -apenas- algunas de las temáticas más recurrentes que
componen el sentido común y la agenda de los medios masivos en
Argentina, siempre que el punto en discusión se centra en comprender
qué ocurre con el medioambiente. En el ámbito científico, son
conocidos los aportes que realizan los biólogos, bioquímicos,
ingenieros y climatólogos. Sin embargo, ¿de qué modo contribuyen
las ciencias sociales al respecto? En concreto, ¿por qué estudiar
la historia de la naturaleza? "En realidad, se trata de pensar e
investigar acerca de la relación del hombre con su entorno, cómo se
influyen mutuamente y qué conflictos se generan", explica
Gustavo Zarrilli, docente investigador de la Universidad Nacional de
Quilmes (UNQ) y director del Centro de Estudios de la Argentina Rural
(CEAR).
Zarrilli es
Doctor en Historia y especialista en el tema. En particular, trabaja
sobre la relación entre sociedad y ambiente en los procesos de
expansión de la frontera agropecuaria en el nordeste durante los
últimos 30 años. En esta nota aborda el vínculo entre los seres
humanos y la naturaleza, describe el aporte desde las ciencias
sociales al estudio del tema, opina sobre el rol de los medios y
ensaya una síntesis respecto a la situación agraria en Argentina.
- ¿Cuál es el
aporte que pueden hacer las ciencias sociales a un tema como el
medioambiente?
- Lo primero que
hay que señalar es que no hay naturaleza sin historia. Las ciencias
en general han relegado el tema medioambiental. Se tiene en claro lo
que es el medio físico de una sociedad pero la mirada optimista del
siglo XIX y la primera mitad del XX hizo creer que los recursos
naturales eran inagotables o que, caso contrario, el progreso técnico
proveería una respuesta. En la segunda mitad del siglo XX, producto
de problemas y colapsos puntuales, se hizo evidente la equivocación
y la ciencia comenzó a interesarse en el tema. En esta línea, la
historia ambiental comienza a indagar en las relaciones
sociedad-naturaleza.
- ¿Qué podría
decir acerca de las relaciones sociedad-naturaleza en la actualidad?
- En líneas
generales, la conciencia acerca de los límites que tiene la
naturaleza aun es escasa. Sin ser catastrófico, la velocidad con la
que el mundo consume los bienes naturales tiene un límite claro: es
insostenible en el corto plazo. Se evidencia un acrecentamiento de
esa conciencia, a la que contribuye el marketing que tiñe los
discursos de actores políticos y privados de un cierto compromiso
con el ambiente. Pero los efectos sobre la ciudadanía son limitados.
- ¿De qué manera
esta toma de conciencia podría traducirse en acciones concretas?
- Aunque no sea
radical, ya puede apreciarse una transformación. Las cumbres
climáticas, por ejemplo, sirven al menos para que los diarios
publiquen el tema en sus tapas. Que se instale en agenda es un
avance. Y que acciones como la salida de Trump conlleven un costo
político, también. No es gratuito que el Presidente de los Estados
Unidos abandone la cumbre presionado por el lobby petrolero y
gasífero que financió su campaña. Por otro lado, también se
aprecia una mirada cada vez más comprensiva respecto de estos temas.
- ¿En qué
sentido?
- En los países
centrales, la atención al problema ha mejorado notablemente aspectos
como las energías renovables. Y no necesitamos ir muy lejos: Uruguay
cambió en diez años su matriz energética -por necesidad, ya que
eran importadores netos de combustible fósil- y hoy produce un 30%
de energías limpias. Eso constituye una política concreta.
Portugal, por su parte, consumió durante un día, en 2016, solo
energías renovables. Si bien parece una tontería, son ejemplos que
demuestran que las soluciones están y no son una mera utopía.
- Ya que menciona
el rol de los medios, ¿cómo cree que se abordan los conflictos
medioambientales?
- La instalación
del tema en agenda es un aporte clave, ya que hace que un ciudadano
que no tiene por qué conocer sobre la temática, al menos sepa que
existe. Sin embargo, su tratamiento presenta dificultades, ya que
suele ser superficial y montado sobre el escándalo. Además, es
efímero, debido al tiempo de permanencia y al ritmo noticioso en
general. De cualquier forma, si lo comparamos con la situación de
hace 20 años, sin dudas, el medioambiente ha ganado un lugar.
- ¿De qué manera
podrían resolverse las tensiones entre economía y medioambiente,
evidenciadas, por caso, en la última cumbre climática?
- Es un problema
complejo. Sin ser un radicalizado contra el sistema capitalista, si
se piensa el modelo de los últimos 40 años, no hay una salida
optimista. Es un sistema económico que claramente colisiona por el
límite que le impone la materialidad ambiental. Tampoco creo que
todo producto del desarrollo científico es malo, como tienden a
pensar una especie de ludistas del siglo XXI. Entonces seré
moderadamente optimista y diré que, con un grado de cierta
concientización y con avances científicos que permitan bajar los
efectos dramáticos del límite material que tiene la tierra, uno
podría esperar cambios positivos.
- ¿Por ejemplo?
- Pienso en el
control al cambio climático que intentan imponer las cumbres, la
toma de conciencia respecto de cuestiones estructurales, que
descansan siempre en aspectos vinculados a un cambio cultural. Si
bien es un camino complejo, la combinación entre difusión de los
problemas y su impacto, educación ambiental -que es clave- y aportes
vinculados al desarrollo científico que permitan la remisión de
ciertos problemas puede funcionar.
- Por último,
¿qué sucede en Argentina con el medioambiente, la agricultura y, en
particular, los cultivos sojeros?
- Existe una
tensión entre la necesidad perentoria del país y lo que
efectivamente debería hacerse. El 50 % de las exportaciones son de
origen agroindustrial. Si quitamos la producción de autos, un 70 %
son granos o granos transformados en aceite o harina, producto de
cultivos transgénicos: maíz o soja. La soja representa un 70 % de
todo eso. Con estas cifras, no puede decirse que el país debe dejar
de cultivar soja porque no tiene cómo reemplazar esa producción.
Además, no se puede pedir la no utilización de transgénicos, dado
que eso permite, entre otras cosas, cultivar soja en lugares donde
hace 50 años era imposible por falta de humedad. Lo que sí es una
realidad negativa es que la soja se transformó en un monocultivo.
Esto es un problema económico, porque todos los monocultivos en la
historia del sistema capitalista han demostrado su fragilidad; y
ambiental, porque empobrece la tierra y demás consecuencias ya
conocidas.
- ¿Entonces qué
se puede hacer frente a esta situación?
- Es necesario
lograr un equilibrio. Por un lado, con un control estricto en
términos biotecnológicos sobre cuestiones vinculadas a transgénicos
y al uso de agroquímicos. Por otro, evitar el monocultivo con
intervención del estado, lo cual es fácilmente realizable mediante
incentivos a la producción o facilidades que fomenten la diversidad.
Ahora bien, un monocultivo con poco cuidado se traduce en los
problemas ambientales que tuvimos durante los últimos 20 años:
deforestación, inconvenientes con agroquímicos y conflictos por
doquier. El problema no está resuelto en Argentina, ya que, por su
pobreza institucional -no material-, estos resguardos son escasos.
Fuente:
"La velocidad de consumo de bienes naturales es insostenible", 07/04/18, Universidad Nacional de Quilmes.
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