Miles de personas se buscan la vida a 5000 metros de altura en las minas de oro de este enclave peruano precario y altamente contaminado.
por Óscar Espinosa
Las madres de la
Pacha Mama: mujeres contra la minería. Minería, criatura de mil
cabezas. La pena negra. Elogio a los pequeños mineros.
El sueño de El
Dorado sometió al continente sudamericano a la esclavitud, llevó a
muchos conquistadores a emprender una búsqueda inútil y mortífera
a través del continente. Incluso Atahualpa, el último emperador inca, pagó con su vida ésta fiebre del oro.
“¡A la mina, a
la mina!”, grita una mujer desde una furgoneta, en lo que parece
una improvisada estación de autobuses en Juliaca, en la región de
Puno, al sudeste de Perú. A más de 5.000 metros de altitud,
resistiendo el frío y la falta de oxígeno, unas 70.000 personas
sobreviven persiguiendo el sueño del oro. Es en La Rinconada,
situada en el nevado de Ananea en los Andes peruanos y considerada la
ciudad más alta del planeta, donde durante décadas fueron llegando
hombres y mujeres improvisando una ciudad de casas de zinc entre
nieves perpetuas.
Después de más
de tres horas de camino y dejando atrás el pueblo de Ananea, el
asfalto desaparece y la tierra se vuelve gris. Todo parece inerte,
excepto los hombres y mujeres que sobreviven con lo que consiguen
arrancarle a la montaña. A pocos kilómetros de La Rinconada
montañas de basura dan la bienvenida. Un vertedero que se extiende a
ambos lados del camino, donde aves carroñeras, perros y alguna llama
compiten por algún resto de comida.
La furgoneta
entra por fin en el pueblo y lo primero que se ve al llegar a su
calle principal, como anunciando lo duro que es vivir aquí, es una
funeraria. Pocos extranjeros se acercan hasta La Rinconada, y rostros
duros llenos de curiosidad se acercan al periodista. “¿A que ha
venido a la mina? ¿a sufrir?”, pregunta uno entre enfadado y
resignado.
En La Rinconada
las calles siempre están cubiertas de lodo. Una mezcla de nieve
derretida, agua de los lavaderos y desagües y mercurio de los
relaves mineros. Así como las heces de la población, que son
arrojadas a la calle sin más. Y por último, la basura cubriéndolo
todo. No existen redes de agua potable, ni de alcantarillado, ni
calefacción, y por supuesto no hay tratamiento de residuos, lo que
hace del pueblo un gran vertedero. La falta de servicios, exceptuando
el transporte y la telefonía móvil, hacen de este lugar un
asentamiento inviable.
Apenas hay
hoteles. Y los que hay ofrecen habitaciones con una cama, tres mantas
para soportar el frío de la noche, sin calefacción, sin ventanas y
con un lavabo compartido y sin duchas. Las duchas en todo el pueblo
son públicas. Lo que sí abunda en La Rinconada son las cantinas y
los prostíbulos, donde muchos mineros pasan el tiempo libre gastando
su dinero. “Aquí los hombres se malean, tocan el oro y ya no
vuelven a ser los mismos”, explica mientras golpea una roca de los
desechos mineros que acaba de descargar un camión en la ladera.
La prostitución,
los asesinatos y desapariciones están a la orden del día. La falta
de agentes de policía convierte este lugar en una ciudad sin ley,
donde la mayoría de sucesos quedan sin resolver y donde al visitante
que planea viajar hasta aquí se le aconseja informar de ello en la
comisaría de Juliaca.
Entre los años
setenta y ochenta, La Rinconada no era más que un pequeño
asentamiento donde unos cuantos campesinos empobrecidos buscaban
fortuna en un desierto de roca y hielo. Pero la fiebre del oro hizo
que durante décadas fueran llegando hasta aquí mineros informales,
campesinos, obreros desempleados y comerciantes en busca de una
oportunidad, sin importarles las condiciones climáticas, la altitud
y un sistema de trabajo más propio de esclavos. Más tarde, la
crisis económica aumentó la avalancha de mineros venidos de todas
partes, triplicando en menos de 10 años su población.
Cachorreo
La Corporación
Minera Ananea tiene la concesión, por parte del Estado, de la
explotación de la mina en el nevado Ananea. Ésta a su vez alquila
la explotación de cada socavón, es decir, cada galería excavada en
la montaña, a unos cuatrocientos operadores mineros o contratistas.
Cada contratista subcontrata a los mineros, que son quienes trabajan
en el socavón en condiciones extremas, introduciéndose dentro del
glaciar, en galerías de más de un kilómetro en las que escasea el
oxígeno y la humedad cala hasta los huesos.
A todo esto se le
suma el sistema de pago, llamado cachorreo, por el cual trabajan
veinticinco días gratis, para el contratista, y cinco días para
beneficio propio. De ésta manera nunca saben lo que van a ganar a
final de mes. Si hay suerte pueden conseguir unos miles de soles
(1.000 soles son unos 260 euros). Y si no, puede que hasta trabajen
gratis ese mes.
El trayecto a las
bocaminas es un ir y venir constante de mineros, muchos cargados con
sacos llenos de la piedra extraída de la mina en su jornada de
cachorreo. Antes de llegar a las minas, lo que antes era una laguna
de agua limpia, con abundantes peces, es ahora un pantano gris,
completamente contaminado por el mercurio y la basura. En uno de los
socavones está Mauro, que lleva tres décadas en la mina. “Vine
por unos años, creía que me haría rico, y aquí me quedé”,
explica mientras se prepara para entrar en la galería.
A diferencia del
trabajo para el contratista, que se realiza con taladro neumático y
en el que el oro se separa del resto de los minerales de forma
mecánica, en el cachorreo todo el proceso es manual. Cuando el
minero extrae las piedras de la mina las lleva al quimbalete o
molino, donde las tritura, y con la ayuda de agua y mercurio separa
el oro del resto de minerales.
Con una batea y
un pañuelo, José, filtra el agua hasta que le queda en la mano una
pequeña bola de mercurio y oro, que más tarde ira a vender a alguno
de los muchos acopiadores que hay en el pueblo. José, de 42 años,
vino del altiplano. “No quiero quedarme mucho. Mi hermano murió
por culpa de la mina, este no es buen sitio para vivir", apunta.
"Dejé a mi familia en Huancayo y cuando consiga suficiente
dinero me iré”. Aunque José no quiere hablar de cuanto puede
ganar al mes, la realidad es que solo unos cuantos alcanzan buenos
ingresos, mientras que la mayoría apenas subsiste con lo que saca de
la montaña.
Uno de los
principales problemas de salud de La Rinconada es el uso de mercurio en la obtención del oro. El acopiador calienta ésta amalgama con un
soplete hasta que el primero se evapora por la chimenea, dejando el
oro puro. Pero el mercurio evaporado se queda en el ambiente y es
inhalado por la población, adhiriéndose también a la nieve que,
una vez derretida, se utiliza como agua de consumo.
Pallaqueras
Las mujeres
tienen prohibido entrar en los socavones. Los mineros dicen que la
montaña es muy celosa, y que el oro desaparece si ellas entran. Así
se ven centenares de mujeres, encorvadas, escarbando en la ladera los
desechos recién extraídos de la mina que descargan los camiones.
Son las pallaqueras. Es una tarea que solo realizan mujeres y
consiste en buscar, con un martillo en las manos, restos de oro entre
las piedras que ya nadie quiere. Muchas llegaron siguiendo al marido,
para cuidarlo y evitar que gaste lo poco que gana en las cantinas.
Otras son madres solteras en pos de una vida mejor para sus hijos.
Muchas de estas
mujeres se han organizado en asociaciones. “Ahora estamos un poco
mejor. Después de asociarnos, hacemos turnos de cuatro horas”,
explica Juana, con cierto recelo. “Aunque se sigue ganando muy
poco”. Ella vino con su marido y sus hijos, y aunque su trabajo es
pura cuestión de suerte, consiguen sacar a su familia adelante. “Mis
hijos aquí pueden estudiar” dice, sin quitar la vista de las
piedras.
Perú es el sexto
productor de oro mundial y el mayor de Latinoamérica. Y aunque es el
sexto país con mayores reservas de oro a nivel mundial, según la US Geological Survey, los mineros de La Rinconada saben que están de
paso, que un día la montaña ya no les dará más y tendrán que
marchar.
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Fuente:
Óscar Espinosa, La Rinconada, el ‘dorado’ helado, 09/09/17, El País. Consultado 10/09/17.
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