SANTA
VICTORIA ESTE, Salta. "Antes extrañaba, pero me acostumbré".
Lionel tiene 9 años; su casa quedó a unos 20 kilómetros de los
plásticos que ahora son su techo y de su familia. Todavía no tiene
clases y en su carita se dibuja la tristeza cuando ve el lodo
cubriendo buena parte de su escuela en el paraje Monte Carmelo y
todavía más lo impacta la de La Curvita, una comunidad vecina que
se convirtió en un pueblo fantasma.
Casas
vacías y destruidas (el adobe se derritió con el agua); ropas que
asoman entre grietas de lodo; colchones rotos y todavía húmedos; un
almacén abandonad donde queda algo de mercadería; huellas que
sirven de caminos. Las imágenes dan la dimensión del desastre.
Según
datos del Ministerio de Asuntos Indígenas de Salta, sobre la ruta 54
hay desplazadas 133 familias de La Curvita; 23 de El Cruce; 14 de
Padre Cool; 15 de Golondrina y 2 de Anglicana 2. En Monte Carmelo hay
84 familias con casas destrozadas y 10 que se fueron a otro lugar,
cerca. En el monte hay unas 300 familias de aborígenes y criollos
con problemas para salir (Pozo La China; San Miguel; El Toro; Pozo El
Bravo; Desemboque y La Esperanza). Camino a las sierras, otras 1200
familias están afectadas (Vertiente Chica; Bajo Grande; El Mulato;
La Sierra y La Junta); también aisladas, 700 de Misión La Paz y
otras 70 de las comunidades criollas Amberes, Puesto Urquiza, Campo
Largo y Chañar Alto. En total, son 6000 las personas que siguen
afectadas por la inundación.
Lionel
recuerda que su papá les avisó de la inundación, que se fueron
hasta la escuela y que allí esperaron a que los sacaran. Tuvo miedo,
sobre todo porque el agua hacía "mucho ruido". Su familia
está entre las de Monte Carmelo que no quieren volver.
Hace
70 días en el Chaco salteño (en el límite de Argentina con Bolivia
y Paraguay) el río Pilcomayo alcanzó un pico histórico de 7,26
metros y unas 10.000 personas debieron desplazarse. Sobre la ruta
provincial 54, a unos 150 kilómetros de Tartagal, empieza la
sucesión de techos de plástico y chapas donde viven quienes no
pueden regresar; en el monte todavía quedan varias comunidades
aisladas.
Si la
vida antes de la noche del 30 de enero -cuando el río se desbordó y
se corrió varios kilómetros de su cauce- era precaria, hoy es
miserable. Cada varios días el camión municipal de Santa Victoria
Este llena con agua potable unos tachos comunitarios; la Provincia
llega con alimentos (que no siempre alcanzan) y hay donaciones de
particulares. Es intenso el trabajo de las fundaciones Cultura Nativa
del músico Jorge Rojas (lleva años colaborando en el lugar) y Sí.
Las
tierras coloradas que el Pilcomayo cubrió hoy están atravesadas por
zanjas profundas y el terreno subió entre 30 y 40 centímetros por
el lodo acumulado. Las barrancas naturales del río (que servían de
defensas) desaparecieron y las cañadas se ahondaron. Apenas quedaron
algunos chanchos y gallinas; la casi totalidad de los animales
desaparecieron.
El
calor y la humedad pesan y atraen a los mosquitos, arañas y
escorpiones. "Agua y luz. Eso es urgente, empezará a oscurecer
más temprano y los peligros aumentan. También necesitamos
herramientas para hacer nuestras casitas, hay que limpiar la tierra",
dice Dixom Ruperto, cacique wichi de El Cruce. Están a 25 kilómetros
del que era su lugar, a la vera de la ruta 54. "No vamos a
volver; no queremos sufrir lo sufrido. Ya está todo contaminado",
agrega Ernesto Alvarez, el segundo cacique.
En
Emergencia
En
medio de la lluvia, cuando el agua no dejaba de subir, unas 30
familias salieron caminando con lo poco que pudieron cargar. Cuatro
regresaron a las casas de material que tenían en su antiguo
emplazamiento; el resto irá a rescatar lo que pueda de los
materiales y, en especial, el tanque de 8000 litros de fibrocemento
donde juntaban el agua. "Era como un sueño, una pesadilla, la
lluvia, tener que botar lo poco que teníamos", describe
Álvarez.
Sólo
hay que cruzar la ruta y están los desplazados de La Curvita, 133
familias (unas 700 personas) de etnias "entreveradas"
(wichis, tobas, chorotes, guaraníes y tapietes). Su cacique, Rogelio
Segundo, se levantó pasada las 9 de la mañana porque anduvo
"serenateando", cuidando las carpas improvisadas. Más
tarde irá a su antiguo lugar para hacer lo mismo.
"Estamos
esperando con mucha paciencia. No vamos a volver nunca más al
chiquero que dejamos; estamos comenzando de cero, todo a pulmón. Si
el Gobierno quiere ayudar, que lo haga. Somos trabajadores, no vamos
a esperar, no queremos vivir del político", enfatiza. Repite la
urgencia por tener electricidad y agua, porque empiecen las clases
(hay dos aulas móviles en el terreno, pero sin habilitar).
En
tiempos "normales", las comunidades -son 71 en el municipio
de Santa Victoria Este, donde el 80% de los habitantes son pueblos
originarios- viven de vender la pesca, reciben planes nacionales y
cazan, recolectan frutas y cultivan para su consumo.
Irse
o reconstruir
Virgilio
y su mujer tienen tres chicos; de su rancho de adobe sólo quedaron
ocho postes de madera y un techo de adobe desvencijado. Nada más.
Hablan poco, sólo para decir que el agua "llegó como tromba"
y que salieron sin nada. "Voy a limpiar y hacerla de nuevo".
La historia de su vecina, Florentina, es la misma. No le quedó nada.
Un pedazo de elástico de cama, unas chapas de lo que fue una cocina.
De
las 94 familias de Monte Carmelo, una parte se fue al monte cercano y
otra decidió quedarse entre el lodo y las taperas de adobe. Están
limpiando las casitas de material cuyas paredes sí resistieron.
"Irse es empezar de la nada; acá tenemos electricidad y luz",
apunta el cacique Joel Gómez. A su lado está Miriam, que no tiene
"nada". Ocho personas viven hacinadas en una pieza. "Nunca
vino tan fuerte el agua, fue terrible", repite Elena.
Están
todos sentados frente a la cancha de fútbol donde el agua le llegaba
arriba de la cintura de la gente. "Estábamos desesperados,
todos en la escuela; el ruido era como de cataratas y el poste del
transformador se empezó a inclinar y había chispas. Salimos en
lanchas", describe Daniela, de 15 años.
Unas
máquinas de Vialidad emparejan un poco los caminos; caminando, en
motos y en bicicletas la gente busca agua para lavar o para echarle
"el polvito" que dejó la Cruz Roja para potabilizarla.
Balsaura, 36 años que parecen 60, tiene a su nieto Isaac en brazos;
cerca tiene un fuego donde está hirviendo agua para darle al nene.
Los tachos donde descarga el camión municipal están oxidados. "No
se puede tomar", dice.
El
agua, por exceso y por falta, marca la vida de estas comunidades. La
"normalidad" todavía aparece lejana. En unos días
llegarían del Registro Civil para hacerles los documentos que
perdieron; en unos días empezarían las clases; en unos días
tendrían luz; en unos días podrán buscar lo que tal vez quede en
donde vivían.
La
niña, la culpable
El
fenómeno de La Niña fue uno de los factores apuntados como
"culpable" de la tragedia del noroeste. También influye la
deforestación (en este caso la de Bolivia, de donde bajaron las
aguas) y la precariedad de la infraestructura en la que viven las
comunidades salteñas del departamento Rivadavia, el más pobre de la
provincia.
Edith
Cruz, ministra de Asuntos Indígenas y Desarrollo Social de Salta,
admiteque en esta oportunidad la inundación ingresó desde un sector
inusual y que la fuerza y la permanencia del agua también fueron
"extraordinarios". Moisés Balderrama, intendente de Santa
Victoria Este, insiste en que para resolver el problema hay que
construir defensas desde el Hito 1 (punto límite entre Bolivia y
Argentina) hasta Formosa.
"No
es fácil porque hay 120 kilómetros de frontera que es el río y
como es tripartito deben intervenir distintos poderes -continúa-. En
estas tierras recibimos el agua de Bolivia, de los ríos Pilcomayo,
del Tartagal, del Caraparí y de las cañadas".
En el
monte todavía están aisladas las comunidades La Esperanza,
Desemboque, Las Orquetas y Balbuena. Cruz asegura que todos reciben
ayuda alimentaria y sanitaria y que, junto a equipos de Obras
Públicas, recorren la zona para relevar los trabajos a hacer,
"canales, anillos protectores, defensas y también viviendas".
Un
problema para avanzar es que las zonas están cubiertas de lodo y es
difícil encontrar piso firme para nuevas construcciones. Cruz
sostiene que es una decisión de las comunidades la de relocalizarse.
A la emergencia se le suma que la zona es la del conflicto de tierras
más grande de la Argentina, en el que se disputan 643.000 hectáreas
de Santa Victoria Este entre comunidades originarias y familias
criollas. El caso, después de que la Corte Suprema definió su
incompetencia, llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
"Estamos
trabajando para ver quiénes vuelven y quiénes se trasladan; tampoco
podemos garantizar agua, electricidad, centros de salud de la noche a
la mañana. Hacemos todo lo posible y también reclamamos la
colaboración a la Nación para las obras claves", insiste Cruz.
Hace
años que el músico Jorge Rojas -nacido en Santa Victoria Este,
donde todavía vive parte de su familia- trabaja con las comunidades
de la zona y estuvo presente en el pico de la inundación con su
fundación Cultura Nativa. "Ahora está lo peor; antes de la
inundación ya era difícil; la pobreza estructural es muy grande
para conectar e integrar. La clave son los caminos sino la gente
seguirá postergada, hay que integrarla al mapa regional y nacional",
asegura.
Señala
que hace años que los pobladores esperan "un estudio
profesional e integral" para resolver canalizaciones y conectar
los parajes y los pueblos: "A partir de ahí vendrán otras
soluciones como vivienda digna y educación; sin conexión es
impensable", señala.
Cómo
ayudar
Estas son las organizaciones sociales que siguen ayudando a los afectados por las inundaciones:
Cruz
Roja Argentina
Mediante transferencia bancaria a la cuenta de la Cruz Roja. Banco de la Nación Argentina - Cuenta Corriente. Nº 91344/97. Cruz Roja Argentina - Catástrofes - CUIT 30-54603392-5. CBU Nº 0110012920000091344977
También se puede colaborar a través de la página web de la organización
Fundación
Sí
Recibe alimentos en la sede de la organización en Ángel J. Carranza 1962
Junto a la Fundación Cultura Nativa, realiza una campaña para colaborar con el re-equipamiento de materiales de construcción y alimentos, pañales, y otros productos. Se puede donar a través de la página web de Fundación Sí o la de Cultura Nativa. También se puede efectuar una transferencia bancaria a la cuenta de Fundación Sí Argentina. Banco Hipotecario. Caja de Ahorro en pesos Nº 4-054-0001458293-3. CBU 0440054-74000014582933-9. CUIT 30-71250682-9
Cáritas
Argentina
Mediante transferencia bancaria a la cuenta de Cáritas Argentina Emergencia. Cuenta Corriente Banco Nación Nº 35869/51 - Sucursal Plaza de Mayo 0085. CBU 01105995-20000035869519. CUIT 30-51731290-4
Con tarjeta de crédito o débito en el sitio de Cáritas o llamando al 0810 222 74827 (costo de una llamada local)
Fuente:
Gabriela Origlia, A 70 días de la inundación, las comunidades salteñas viven lo peor del desastre, 10/04/18, La Nación.
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