domingo, 15 de abril de 2018

A 70 días de la inundación, las comunidades salteñas viven lo peor del desastre



por Gabriela Origlia

SANTA VICTORIA ESTE, Salta. "Antes extrañaba, pero me acostumbré". Lionel tiene 9 años; su casa quedó a unos 20 kilómetros de los plásticos que ahora son su techo y de su familia. Todavía no tiene clases y en su carita se dibuja la tristeza cuando ve el lodo cubriendo buena parte de su escuela en el paraje Monte Carmelo y todavía más lo impacta la de La Curvita, una comunidad vecina que se convirtió en un pueblo fantasma.

Casas vacías y destruidas (el adobe se derritió con el agua); ropas que asoman entre grietas de lodo; colchones rotos y todavía húmedos; un almacén abandonad donde queda algo de mercadería; huellas que sirven de caminos. Las imágenes dan la dimensión del desastre.

Según datos del Ministerio de Asuntos Indígenas de Salta, sobre la ruta 54 hay desplazadas 133 familias de La Curvita; 23 de El Cruce; 14 de Padre Cool; 15 de Golondrina y 2 de Anglicana 2. En Monte Carmelo hay 84 familias con casas destrozadas y 10 que se fueron a otro lugar, cerca. En el monte hay unas 300 familias de aborígenes y criollos con problemas para salir (Pozo La China; San Miguel; El Toro; Pozo El Bravo; Desemboque y La Esperanza). Camino a las sierras, otras 1200 familias están afectadas (Vertiente Chica; Bajo Grande; El Mulato; La Sierra y La Junta); también aisladas, 700 de Misión La Paz y otras 70 de las comunidades criollas Amberes, Puesto Urquiza, Campo Largo y Chañar Alto. En total, son 6000 las personas que siguen afectadas por la inundación.

Lionel recuerda que su papá les avisó de la inundación, que se fueron hasta la escuela y que allí esperaron a que los sacaran. Tuvo miedo, sobre todo porque el agua hacía "mucho ruido". Su familia está entre las de Monte Carmelo que no quieren volver.

Hace 70 días en el Chaco salteño (en el límite de Argentina con Bolivia y Paraguay) el río Pilcomayo alcanzó un pico histórico de 7,26 metros y unas 10.000 personas debieron desplazarse. Sobre la ruta provincial 54, a unos 150 kilómetros de Tartagal, empieza la sucesión de techos de plástico y chapas donde viven quienes no pueden regresar; en el monte todavía quedan varias comunidades aisladas.

Si la vida antes de la noche del 30 de enero -cuando el río se desbordó y se corrió varios kilómetros de su cauce- era precaria, hoy es miserable. Cada varios días el camión municipal de Santa Victoria Este llena con agua potable unos tachos comunitarios; la Provincia llega con alimentos (que no siempre alcanzan) y hay donaciones de particulares. Es intenso el trabajo de las fundaciones Cultura Nativa del músico Jorge Rojas (lleva años colaborando en el lugar) y .

Las tierras coloradas que el Pilcomayo cubrió hoy están atravesadas por zanjas profundas y el terreno subió entre 30 y 40 centímetros por el lodo acumulado. Las barrancas naturales del río (que servían de defensas) desaparecieron y las cañadas se ahondaron. Apenas quedaron algunos chanchos y gallinas; la casi totalidad de los animales desaparecieron.

El calor y la humedad pesan y atraen a los mosquitos, arañas y escorpiones. "Agua y luz. Eso es urgente, empezará a oscurecer más temprano y los peligros aumentan. También necesitamos herramientas para hacer nuestras casitas, hay que limpiar la tierra", dice Dixom Ruperto, cacique wichi de El Cruce. Están a 25 kilómetros del que era su lugar, a la vera de la ruta 54. "No vamos a volver; no queremos sufrir lo sufrido. Ya está todo contaminado", agrega Ernesto Alvarez, el segundo cacique.

En Emergencia

En medio de la lluvia, cuando el agua no dejaba de subir, unas 30 familias salieron caminando con lo poco que pudieron cargar. Cuatro regresaron a las casas de material que tenían en su antiguo emplazamiento; el resto irá a rescatar lo que pueda de los materiales y, en especial, el tanque de 8000 litros de fibrocemento donde juntaban el agua. "Era como un sueño, una pesadilla, la lluvia, tener que botar lo poco que teníamos", describe Álvarez.

Sólo hay que cruzar la ruta y están los desplazados de La Curvita, 133 familias (unas 700 personas) de etnias "entreveradas" (wichis, tobas, chorotes, guaraníes y tapietes). Su cacique, Rogelio Segundo, se levantó pasada las 9 de la mañana porque anduvo "serenateando", cuidando las carpas improvisadas. Más tarde irá a su antiguo lugar para hacer lo mismo.

"Estamos esperando con mucha paciencia. No vamos a volver nunca más al chiquero que dejamos; estamos comenzando de cero, todo a pulmón. Si el Gobierno quiere ayudar, que lo haga. Somos trabajadores, no vamos a esperar, no queremos vivir del político", enfatiza. Repite la urgencia por tener electricidad y agua, porque empiecen las clases (hay dos aulas móviles en el terreno, pero sin habilitar).

En tiempos "normales", las comunidades -son 71 en el municipio de Santa Victoria Este, donde el 80% de los habitantes son pueblos originarios- viven de vender la pesca, reciben planes nacionales y cazan, recolectan frutas y cultivan para su consumo.

Irse o reconstruir

Virgilio y su mujer tienen tres chicos; de su rancho de adobe sólo quedaron ocho postes de madera y un techo de adobe desvencijado. Nada más. Hablan poco, sólo para decir que el agua "llegó como tromba" y que salieron sin nada. "Voy a limpiar y hacerla de nuevo". La historia de su vecina, Florentina, es la misma. No le quedó nada. Un pedazo de elástico de cama, unas chapas de lo que fue una cocina.

De las 94 familias de Monte Carmelo, una parte se fue al monte cercano y otra decidió quedarse entre el lodo y las taperas de adobe. Están limpiando las casitas de material cuyas paredes sí resistieron. "Irse es empezar de la nada; acá tenemos electricidad y luz", apunta el cacique Joel Gómez. A su lado está Miriam, que no tiene "nada". Ocho personas viven hacinadas en una pieza. "Nunca vino tan fuerte el agua, fue terrible", repite Elena.

Están todos sentados frente a la cancha de fútbol donde el agua le llegaba arriba de la cintura de la gente. "Estábamos desesperados, todos en la escuela; el ruido era como de cataratas y el poste del transformador se empezó a inclinar y había chispas. Salimos en lanchas", describe Daniela, de 15 años.

Unas máquinas de Vialidad emparejan un poco los caminos; caminando, en motos y en bicicletas la gente busca agua para lavar o para echarle "el polvito" que dejó la Cruz Roja para potabilizarla. Balsaura, 36 años que parecen 60, tiene a su nieto Isaac en brazos; cerca tiene un fuego donde está hirviendo agua para darle al nene. Los tachos donde descarga el camión municipal están oxidados. "No se puede tomar", dice.

El agua, por exceso y por falta, marca la vida de estas comunidades. La "normalidad" todavía aparece lejana. En unos días llegarían del Registro Civil para hacerles los documentos que perdieron; en unos días empezarían las clases; en unos días tendrían luz; en unos días podrán buscar lo que tal vez quede en donde vivían.

La niña, la culpable

El fenómeno de La Niña fue uno de los factores apuntados como "culpable" de la tragedia del noroeste. También influye la deforestación (en este caso la de Bolivia, de donde bajaron las aguas) y la precariedad de la infraestructura en la que viven las comunidades salteñas del departamento Rivadavia, el más pobre de la provincia.

Edith Cruz, ministra de Asuntos Indígenas y Desarrollo Social de Salta, admiteque en esta oportunidad la inundación ingresó desde un sector inusual y que la fuerza y la permanencia del agua también fueron "extraordinarios". Moisés Balderrama, intendente de Santa Victoria Este, insiste en que para resolver el problema hay que construir defensas desde el Hito 1 (punto límite entre Bolivia y Argentina) hasta Formosa.

"No es fácil porque hay 120 kilómetros de frontera que es el río y como es tripartito deben intervenir distintos poderes -continúa-. En estas tierras recibimos el agua de Bolivia, de los ríos Pilcomayo, del Tartagal, del Caraparí y de las cañadas".

En el monte todavía están aisladas las comunidades La Esperanza, Desemboque, Las Orquetas y Balbuena. Cruz asegura que todos reciben ayuda alimentaria y sanitaria y que, junto a equipos de Obras Públicas, recorren la zona para relevar los trabajos a hacer, "canales, anillos protectores, defensas y también viviendas".

Un problema para avanzar es que las zonas están cubiertas de lodo y es difícil encontrar piso firme para nuevas construcciones. Cruz sostiene que es una decisión de las comunidades la de relocalizarse. A la emergencia se le suma que la zona es la del conflicto de tierras más grande de la Argentina, en el que se disputan 643.000 hectáreas de Santa Victoria Este entre comunidades originarias y familias criollas. El caso, después de que la Corte Suprema definió su incompetencia, llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

"Estamos trabajando para ver quiénes vuelven y quiénes se trasladan; tampoco podemos garantizar agua, electricidad, centros de salud de la noche a la mañana. Hacemos todo lo posible y también reclamamos la colaboración a la Nación para las obras claves", insiste Cruz.

Hace años que el músico Jorge Rojas -nacido en Santa Victoria Este, donde todavía vive parte de su familia- trabaja con las comunidades de la zona y estuvo presente en el pico de la inundación con su fundación Cultura Nativa. "Ahora está lo peor; antes de la inundación ya era difícil; la pobreza estructural es muy grande para conectar e integrar. La clave son los caminos sino la gente seguirá postergada, hay que integrarla al mapa regional y nacional", asegura.

Señala que hace años que los pobladores esperan "un estudio profesional e integral" para resolver canalizaciones y conectar los parajes y los pueblos: "A partir de ahí vendrán otras soluciones como vivienda digna y educación; sin conexión es impensable", señala.

Cómo ayudar
Estas son las organizaciones sociales que siguen ayudando a los afectados por las inundaciones:
Cruz Roja Argentina
Mediante transferencia bancaria a la cuenta de la Cruz Roja. Banco de la Nación Argentina - Cuenta Corriente. Nº 91344/97. Cruz Roja Argentina - Catástrofes - CUIT 30-54603392-5. CBU Nº 0110012920000091344977
También se puede colaborar a través de la página web de la organización
Fundación Sí
Recibe alimentos en la sede de la organización en Ángel J. Carranza 1962
Junto a la Fundación Cultura Nativa, realiza una campaña para colaborar con el re-equipamiento de materiales de construcción y alimentos, pañales, y otros productos. Se puede donar a través de la página web de Fundación Sí o la de Cultura Nativa. También se puede efectuar una transferencia bancaria a la cuenta de Fundación Sí Argentina. Banco Hipotecario. Caja de Ahorro en pesos Nº 4-054-0001458293-3. CBU 0440054-74000014582933-9. CUIT 30-71250682-9
Cáritas Argentina
Mediante transferencia bancaria a la cuenta de Cáritas Argentina Emergencia. Cuenta Corriente Banco Nación Nº 35869/51 - Sucursal Plaza de Mayo 0085. CBU 01105995-20000035869519. CUIT 30-51731290-4
Con tarjeta de crédito o débito en el sitio de Cáritas o llamando al 0810 222 74827 (costo de una llamada local)
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