martes, 17 de febrero de 2015

Otra vez la lluvia, y el dolor que nos inunda


Se retorcía como si en su vientre de agua oscura llevara la simiente original del caos: los que en un momento de respiro de la borrasca del domingo nos asomamos a ver el río Suquía transformado en un portento iracundo, podíamos presentir el dolor inmenso que había venido con la lluvia.

por Alejandro Mareco

Se retorcía como si en su vientre de agua oscura llevara la simiente original del caos: los que en un momento de respiro de la borrasca del domingo nos asomamos a ver el río Suquía transformado en un portento iracundo, podíamos presentir el dolor inmenso que había venido con la lluvia.

Otra vez sucedió que un temporal nos hundió en la tragedia de la muerte, a la vez que convirtió en náufragos a miles de cordobeses. Y que digamos otra vez viene a recordar que no estamos frente a un acontecimiento extraordinario que ocurre alguna extraña vez, sino que se repite hasta varias veces frente a los ojos de una misma generación.

Córdoba ha sido desde el primer minuto inspirada y acechada por sus circunstancias naturales. El agua, la relación con la lluvia y con la sed, siempre ha sido difícil, por abundancia o por ausencia. Siempre, desde los tiempos coloniales, fue considerada una fruta de verano, pero así como volvía después de una larga ausencia invernal, podía hacerlo con arrebatos de violencia.

Esta relación ambivalente es constante. Durante los días que preceden a la primavera y al cabo de una larga travesía por la seca, somos capaces de ofrendar oraciones a la lluvia, mientras el fuego arrasa nuestros paisajes más queridos.

Después, cada vez que el cielo de verano se derrama, nos regresan al imaginario del miedo las sensaciones de otras tragedias frescas, como las de San Carlos Minas, en 1992, o de La Calera, en 2000. Como cada vez que un aguacero agigantan los ríos serranos.

Muchas cosas se han ido modificando, desde las sutiles modificaciones en la personalidad climática, hasta las que ha aportado el hombre, por acción, cuando encara obras para contener las inundaciones; por omisión o voracidad, como cuando se modifican las condiciones del paisaje sin tener en cuenta los riesgos, tal lo que pasa, por ejemplo, con la tala de bosques y con iniciativas inmobiliarias.

Pero una de las tareas que por su lugar en el mundo le ha sido dada a Córdoba, es mejorar su relación con el agua.

La sociedad de Córdoba, y en consecuencia sus gobernantes, no pueden atravesar las décadas sin los sentidos siempre en alerta para que no nos sorprenda, otra vez, la tragedia.

La cantidad de lluvia que esta vez atormentó en especial a las Sierras Chicas, ha sido tremenda. Y el dato no es menor. Pero hay que estar en guardia.

Ahora, con los hechos consumados, es el momento de la contención y de la solidaridad, de la que mucho sabe el corazón de los cordobeses.

Los ríos volverán a su cauce, y desde los puentes volverán a verse paisajes mansos.

Pero el dolor de estas horas no se quitará jamás tanta agua que lo inunda.



Alejandro Mareco, Otra vez la lluvia, y el dolor que nos inunda, 17/02/15, La Voz del Interior. Consultado 17/02/15.

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