miércoles, 20 de septiembre de 2017

“Lo perdimos todo”

Al menos tres derrumbes a unas calles de distancia, cadenas humanas sacando los escombros, las ambulancias atendiendo a los que quedaron atrapados: así se vivió el sismo en la colonia Narvarte.

por Elías Camhaji

Los rescatistas levantaban ambas manos con los puños cerrados. Todos tenían que guardar silencio. Desde uno de los oficios aledaños, dos voluntarios sostienen a Omar Tinajero, el encargado de revisar que no hubiera nadie en el edificio entre las calles de la Morena y Enrique Rebsamen. "Todo estaba al borde del colapso, gritaba para ver si quedaba alguien, pero no obtuve respuesta, teníamos que tomar el riesgo porque un reporte decía que había una mujer atrapada en el cuarto piso", describe Tinajero con una linterna atada a la cabeza después de entrar a los apartamentos, completamente ladeados y desparramados sobre una casa vecina. Los vidrios están reventados, las escaleras hechas añicos, un hueco separa el suelo de los cimientos, el tendedero cuelga frente a la fachada. "Perdí mi casa, mi ropa, todos mis documentos, todo por lo que hemos trabajado, lo perdimos todo", lamenta Jessica, de 30 años, frente al sitio en el que vivió por tres años.

Tinajero no encuentra a nadie en la última revisión. Los rescatistas apuran el paso. Hay múltiples reportes de derrumbes en la colonia Narvarte, una zona habitacional con viviendas de la segunda mitad del siglo XX, de las más afectadas por el sismo de magnitud 7,1 que ha azotado a la Ciudad de México este 19 de septiembre. Los vecinos se agrupan y forman una pequeña asamblea. "¿Qué hacemos?", grita la presidenta del condominio: "¿Hacemos guardias?". "No se pueden quedar dos personas, tenemos que pasar la noche aquí todos, me están diciendo que hay muchos saqueos", responde otro vecino desesperado. Tienen la esperanza de recuperar algo, de ver si algo se ha salvado.

"La vida se nos fue con esto", cuenta la compañera de piso de Jessica, quien prefiere no dar su nombre. Ninguna de las dos estaba en casa al momento del derrumbe. Se enteraron por un grupo de Whatsapp que todo estaba arrasado y caminaron desde el trabajo para medir el alcance de los daños. La única buena noticia es que se ha rescatado a una mascota que había quedado atrapada en la azotea.

Unas calles más adelante, un edificio sobre el Viaducto Miguel Alemán, entre las vías de Monterrey y Medellín, ha colapsado. "Fue horrible, se desplomó por completo, se levantó una nube de polvo y se escuchó un estruendo espantoso", relata Viviana Ortiz, de 42 años, que vive frente al inmueble. "Nadie se movía de la impresión, nos paralizamos, a los tres minutos la gente se juntó para ayudar, había varias personas adentro, tenía al menos seis o siete pisos", continua. La magnitud de la tragedia es lo que pueden ver los ojos, lo que se respira en el ambiente. No hay internet, no hay luz, no hay señal en el teléfono.

Una grúa gigante ayuda a quitar las estructuras metálicas, a remover las partes más pesadas. Los peatones se agolpan en los puentes para ver qué pasa. Un vehículo militar llega a la zona para actuar contra la emergencia. "Este pelotón va hacia el puente para despejar la zona, ustedes van a rescate, ustedes se coordinan con los paramédicos", ordena uno de los mandos. Más de 220 personas han fallecido como consecuencia del seísmo en distintas zonas del país, más de 80 de ellas en la capital, según la Agencia de Protección Civil. El número no es definitivo y aumenta conforme pasan las horas.

La presencia de los soldados da tranquilidad en medio del caos. A partir de ahora, nadie puede entrar a la zona, que está acordonada. Solo se hace una excepción para quienes llevan ollas llenas de comida y se permite permanecer en el perímetro a un grupo de ciudadanos que han improvisado un centro de acopio de agua y alimentos.

Pero los voluntarios siguen llegando con palas, cubos, cascos. Quieren ayudar. En la parte trasera del edificio, la que colinda con Obrero Mundial y Torreón, una cadena humana se forma para sacar los escombros. Hay cientos de personas, codo a codo, que se pasan tambos, pedazos de cemento y varilla que terminan en un camión. Nadie habla, nadie comenta nada. "¡Cubeta! ¡Cubeta! ¡Cubeta!", dice el que está al final de la cadena y lanza los baldes para que regresen al principio.

De pronto sale a toda velocidad una ambulancia. Los voluntarios aplauden emocionados. Alguien se ha salvado. Es un conteo no oficial de los rescatados. Se va una ambulancia y luego otra y otra, esquivando los coches aparcados, que están llenos de polvo. "Es una sensación indescriptible, se siente lindo hacer algo para ayudar, pero es horrible todo lo que ha pasado", cuenta Ramón Gutiérrez, de 32 años. Muchos de los presentes viven en la vecina y céntrica colonia Roma y no tienen recuerdo del terremoto de 1985, la peor tragedia en la historia moderna de la capital que se conmemora cada 19 septiembre, en la que fallecieron más de 10.000 personas.

Hoy la historia es otra. No hay tiempo que perder. "Hace como una hora escuchamos sonar un claxon entre las ruinas, alguien debió quedarse atrapado en el estacionamiento", afirma Marco González de la Concha, uno de los rescatistas que atiende el derrumbe en Petén y Zapata, también en la colonia Narvarte. Aún hay gente entre los escombros. "Solo hemos podido sacar a cinco", aduce entre lágrimas.

Sismo: el alma también recuerda

Es incuestionable la entereza de sus habitantes y la profunda solidaridad que les ha nacido al paso de las adversidades.

por Jorge Zepeda Patterson

Puede ser que la ciudad de México esté prendida de alfileres con una infraestructura pemanentemente desbordada y veinte millones de personas empeñadas en vivir sobre el lecho de un lago. Puede ser que la inseguridad pública haya llegado a sus calles y que sus autoridades, permanentemente rebasadas, simplemente se dediquen a gestionar la emergencia de cada día. Pero es incuestionable la entereza de sus habitantes y la profunda solidaridad que les ha nacido al paso de las adversidades.

El sismo que torpedeo a la ciudad este 19 de septiembre puso a prueba el alma de los capitalinos y mostró al mundo las razones por la cuales esta ciudad ha sobrevivido durante siglos en un valle construido entre lodo y permanentemente agobiada por el desafío de conseguir y trasladar agua a una urbe a 2250 metros de altura. La tragedia mostró, una vez más, que lo mejor de este lugar son sus ciudadanos.

Apenas segundos después de que la tierra dejara de sacudirse surgieron héroes espontáneos para sacar de los edificios a los remisos, para detener el tráfico de las avenidas, mover a las personas a sitios al abrigo de los vidrios y cables sueltos. En las siguientes horas decenas de miles de hombres y mujeres actuaron como un enorme hormiguero al servicio de una misma causa. Largas líneas de brazos para sacar escombros de las ruinas, para sustituir a los semáforos inservibles y dar salida a las ambulancias, para llevar agua y vituallas a los socorristas. Muchos otros ofrecieron ayuda a los miles de vecinos que resultaron daminificados.

Abejas reinas y abejas obreras surgidas de la nada. Líderes espontáneos y voluntarios serviciales. Extrañas escenas en las que un joven veinteañero enfudado en jeans gastados dirigía con gritos aplomados a una docena de hombres maduros de traje y corbata; la anciana empeñada en dar fluidez a un cruce de calle bloqueado y los conductores atentos a sus instrucciones.

En 1985, también un 19 de septiembre, un sismo cambió la historia de la ciudad. No solo porque borró de un plumazo trazos completos del paisaje urbano, también porque, frente a la incapacidad de autoridades absolutamente desbordadas, surgió una sociedad civil dispuesta a rescatar a sus sobrevivientes así fuera con las uñas. A lo largo de las siguientes décadas los recuerdos de aquellas jornadas apocalípticas se convirtieron en leyendas urbanas. Un apocalipsis que no invocó el saqueo o la expoliación desesperada de unos sobre otros, sino la solidaridad más absoluta.

32 años más tarde el cuerpo recuerda; los primeras sacudidas del sismo produce palpitaciones en todos; las últimas echan a andar la generosidad y la entrega incondicional de muchos. El alma también recuerda.
Fuentes:
Elías Camhaji, “Lo perdimos todo”, 20/09/17, El País.
Jorge Zepeda Patterson @jorgezepedap, Sismo: el alma también recuerda, 20/09/17, El País.

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