Recorrida por las
zona más afectada por la crecida en el norte de Salta.
por Mariano
Gaviria
Por momentos la
Ruta Provincial 54 parece el escenario del día después de una
guerra. Todo parece haber quedado devastado. Al costado del camino se
ven campamentos rústicos de cuatro palos de plástico y un toldo con
15 personas acurrucadas debajo. Ropa que cuelga de las ramas de los
árboles y desesperación cuando alguien les ofrece agua o una bolsa
con caramelos para los chicos.
En este rincón
de Salta, cerca de la frontera con Bolivia, son cientos los que
prefirieron quedarse a la intemperie, antes que alojarse en las
escuelas que las localidades cercanas convirtieron en centros de
evacuados. Dicen que no quieren alejarse de sus casas, a pesar de que
en muchos casos, el río Pilcomayo las tapó por completo. Esperan
que el agua baje para saber qué fue lo que les quedó.
Desde Tartagal,
la ciudad grande más cercana, hay que manejar más de dos horas para
llegar a la zona de desastre. Primero por la ruta 34 y luego por la
54, donde con el correr de los kilómetros se empiezan a ver imágenes
propias del cine de ciencia ficción, de esas historias que anuncian
el final del mundo. Pero acá nada es ficticio, todo es real. Y
cruel.
Lo comprueban
tres jóvenes amigos que viajaron desde Salta con su auto lleno de
ropa y comida para donar. Primero pararon en Aguaray, donde seis
escuelas están llenas de evacuados. Allí ya dejaron lo que habían
traído, pero juntaron la plata que les quedaba en sus billeteras y
volvieron a comprar más: esta vez botellas de agua y bolsas de
caramelos para los nenes: “Así les endulzamos un momento amargo”,
decía José Reinaga, uno de ellos. Y lo lograron.
Había que estar
ahí para ver la cara de felicidad de los chicos. Pero también para
ver la desesperación de los más grandes cuando les ofrecieron el
agua. Tanto que una mujer la probó y enseguida llamó a las demás:
“Vengan que esta tiene gusto rico”, les dijo mientras un nene
intentaba abrir, desorientado, un pote de yogurt que alguien de
pasada le dejó.
José, Eduardo y
Sebastián se transformaron por un momento en una especie de reyes
magos para toda esa gente que parecía que los esperaba. Uno de
ellos, payamédico, hasta se lamentó no haber traído la nariz
colorada: “Nos da mucha pena todo esto que pasó. Uno tiró la idea
en el grupo de WhatsApp y lo organizamos. Llegamos ayer y como
veníamos con la plata justa pasamos la noche adentro del auto”,
relataban.
La ruta 54 es el
único camino de entrada y salida que tiene el pueblo inundado de
Santa Victoria Este -y todos los parajes y comunidades que están a
su alrededor- para comunicarse con el resto del país. Pero parte de
ese camino ya no existe más. En un momento se termina y continúa
siete metros más adelante ¿En el medio? El río. El agua es como si
le hubiera dado un mordisco al pavimento. Lo arrancó.
La crecida del
Pilcomayo socavó la ruta. Así muchas personas que todavía no
fueron evacuadas quedaron atrapadas e incomunicadas. Si bien la
mayoría de los pobladores que habitan en los lugares donde el río
llegó a las casas ya fueron evacuados y ubicados en escuelas de
localidades cercanas, todavía quedan algunos que decidieron soportar
la inundación, pero que ahora necesitan que los rescaten. Además
toda ese territorio tampoco cuenta con energía eléctrica, por lo
que la situación se hace cada día más difícil.
La comunicación
terrestre con toda esa gente se imposibilitó. Desde temprano el
Ejército, Defensa Civil y bomberos buscaron la manera de
rescatarlos. Los botes fueron la mejor opción para el operativo
mientras que aquellos que necesitaban un traslado prioritario por
alguna enfermedad, se realizaba vía aérea, con un helicóptero de
la provincia de Salta.
El secretario de
Defensa Civil, Néstor Ruiz de los Llanos, señaló que el nivel del
río Pilcomayo subió durante la noche del sábado llegando a su pico
histórico nunca visto de 7,26 mts, por lo que el agua intenta salir
por distintas vías. Esto fue lo que provocó el corte de la ruta.
“Es muchísimo
el caudal de agua que viene desde Bolivia, por lo que estamos
temiendo que cedan los anillos de defensa y por lo tanto, que el agua
ingrese a más localidades”, analizó Ruiz de los Llanos.
Rogelio Segundo
es el cacique de la comunidad La Curvita y mientras masca varias
hojas de Coca con la que hincha su cachete derecho, cuenta que todos
los integrantes que viven en aquel paraje debieron autoevacuarse en
un baldío que está a dos kilómetros. Allí armaron una especie de
tiendas de campaña con algunas de las cosas que cada familia pudo
recuperar: “Algunas ollas, una mesa y un poco de ropa, no mucho
más”.
El líder de esa
comunicad, quien es el único por todos autorizado para hablar,
detalla sus necesidades: “Necesitamos calzado, agua y medicamentos.
Tenemos gente enferma o que necesita remedios por problemas que ya
tenían, pero el agua nos llevó todo”. Cuando se le consulta si
saben cuándo podrán volver a sus casas, la primera respuesta es
física: encoge los hombros. Luego dice: “No sabemos, nos dijeron
una semana más, pero tendremos que ver qué fue los que nos quedó
de las casas”.
Las noticias
sobre el clima para esta zona son buenas. No está previsto lluvia y
el sol -que provoca un calor agobiante- hace dos días que se muestra
firme en el cielo. El problema, explican los especialistas, es lo que
ocurre en Bolivia, especialmente en Villamonte, desde donde baja el
agua hasta este territorio: “Debemos entender que en condiciones
normales, que Villamonte tenga 3 metros de profundidad para nosotros
ya implica un alerta y la realidad nos muestra que hace 24 horas que
los niveles se mantienen por encima de los 5 metros”, explicaron en
Defensa Civil.
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Fuente:
Mariano Gaviria, El Pilcomayo llegó a su pico histórico, destruyó una ruta y aisló a un pueblo, 04/02/18, Clarín. Consultado 05/02/18.
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